Mario Vargas Llosa —fallecido el domingo último— nunca ocultó su entrañable admiración por Jorge Luis Borges. Lo conoció personalmente y, de hecho, mantuvo con el autor de Ficciones dos entrevistas formales, la primera en París en 1964 y otra en Buenos Aires en 1981, que incluyó en Un demi-siècle avec Borges, de 2004, traducido al castellano recién en 2020 como Medio siglo con Borges (Alfaguara).
La trascripción de una de esas entrevistas fue, justamente, la que motivó cierto desprecio del argentino por el peruano-español, discordia que Borges mantuvo hasta el día de su muerte; específicamente, un detalle “de color” que pudo ser, incluso, admirativo por parte del entrevistador, pero que no cayó nada bien en el entrevistado.

En concreto, Vargas Llosa lo visitó en el 81, concurriendo solícitamente al departamento ubicado en el edificio de Maipú 994 de Buenos Aires, y allí se desarrolló la charla más o menos formal que el autor de La tía Julia y el escribidor tenía planeado plasmar en papel. “Me tocó conocer su piso, que era muy modesto, extraordinariamente sencillo y despojado de libros. No tenía un solo libro suyo. Tenía muy pocos libros, pero muy seleccionados”, relató el nacido en Arequipa.
En 2022, cuando retornó a la capital para participar del cierre de la muestra “Borges: libros y manuscritos de un argentino universal”, agregó: “Recuerdo clarísimamente que había una gotera y que nos interrumpía constantemente la conversación. Se me ocurrió en ese artículo que era muy entrañable y de gran admiración y cariño hacia la figura de Borges, mencionar ese detalle”.
El artículo decía lo siguiente: “Vive en un departamento de dos dormitorios y una salita comedor, en el centro de Buenos Aires, con un gato que se llama Beppo (por el gato de Lord Byron) y una criada de Salta, que le cocina y sirve también de lazarillo. Los muebles son pocos, están raídos y la humedad ha impreso ojeras oscuras en las paredes. Hay una gotera sobre la mesa del comedor…”

Ese “gravísimo error” provocó “una distancia muy grande entre él y esa cosa pequeñita que era yo, de tal modo que nunca más lo vi hasta que visité su tumba”, confesó más tarde quien en 1994 recibió el Premio Cervantes y en 2010 se hizo acreedor al Nobel de Literatura.
Es que, obviamente, a Borges le fue leído ese artículo y el detalle “muy entrañable y de admiración” desató su furia. Aseguró más tarde que no conocía nada de la obra de Vargas Llosa porque no leía novelas (aunque sí leyó y ponderó Cien años de soledad) y contó que, en su vivienda de la calle Maipú, había recibido a “un peruano que debía trabajar en una inmobiliaria” porque “insistía” con que debía mudarse a raíz de la gotera…