Marcelo Britos sobre EL CASERO: “¿Estamos dispuestos a matar porque sí?”

La crueldad ha vuelto a ponerse de moda, como en el peor de los tiempos posibles. Quienes se ocultan o se escudan en las redes sociales, tan despersonalizadas y deshumanizantes y, al mismo tiempo, populares como el aire o el agua, la ejercen sin pruritos, sin vergüenza, instaurando una distopía emocional ajena a cualquier ejercicio de solidaridad o empatía.

Premiada por el Fondo Nacional de las Artes y publicada este año por el sello Aurelia Rivera, El casero habla de principios de los 80 y, al mismo tiempo, de la actualidad, completando la trilogía sobre la década de 1970 —y lo que nos legó— que Marcelo Britos, autor nacido en la ciudad de Rosario, inició con La Rote Kapelle (2019) y continuó con El aserradero (2022).

Una novela cargada de suspenso y de poesía cruda y austera que busca a lectores dispuestos a pagar el precio de pensarse a sí mismos frente al horror. A su modo, responde a la consigna —que funciona también como subtítulo—: “De qué seríamos capaces cuando el poder nos habilita…”

Las preguntas y respuestas de Marcelo Britos

En esta novela, “los principios de los años ochenta corren por detrás como una escenografía teatral, un rollo móvil de imágenes y voces que contextualizan el nacimiento, nada más y nada menos, que de un asesino. Lejos de la complejidad y la sofisticación de los asesinos clásicos o de las sagas de caníbales seriales, se trata justamente de un hombre común”, nos advierte el propio Britos; un “cualquiera” que, por esa misma razón, resulta más aterrador.

El reflejo que devuelve El casero es una prueba incómoda. Como dice la contratapa, se trata del pasaje a una expedición indeseada, un viaje a lo más sombrío y elemental de la condición humana. Por detrás estalla la guerra de Malvinas, la inconsciencia colectiva festejando averías y hundimientos, la visita de Juan Pablo II, los mitos de una guerra que se llevaba adelante lejos de las ciudades y de la verdad”.

La paradoja está en que mientras comienza “la agonía de un régimen que se destruía a sí mismo con sus inconsistencias y sus torpezas”, simultáneamente se produce “el nacimiento del monstruo” que protagoniza esta historia.

Para el autor, “es interesante pensar cuáles son las fuerzas que lo habilitan, de qué somos capaces cuando algo que creemos superior nos da vía libre para la crueldad. El protagonista va descubriendo que puede hacerlo. Que puede transgredir el pacto natural de la vida, porque otros le han mostrado que es posible hacerlo. Es más, quizá es necesario y absolutamente legítimo deshumanizarse a sí mismo para deshumanizar al otro”.

El casero cumple con la obligación artística de poner en perspectiva la historia para debatir el presente. ¿Acaso no está de moda hoy la crueldad? Mientras se va desdibujando, no ya el límite del otro, sino su propia silueta, es preciso mirarnos en el espejo de esta ficción. Una hoja brillante que devuelve una pregunta que se suele hacer a los demás. ¿Estamos dispuestos a matar porque sí?”

Marcelo Britos deja flotando esa pregunta y, considerando los distópicos tiempos que transcurren, la respuesta más probable es un sí; sobre todo si la potencial víctima, el otro deshumanizado, se encuentra entre los vulnerables, entre los desheredados.

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