LA PENÍNSULA DE LAS CASAS VACÍAS: historia total de la Guerra Civil Española por David Uclés

Sobre la Guerra Civil Española se ha escrito y al parecer quedaba mucho por escribir hasta alcanzar esta “historia total” de un conflicto que ha marcado a fuego y sigue influyendo en la historia y la vida de España, para salpicar también la cultura del otro lado del Atlántico, sea por memoria genética o las decisivas influencias derivadas de la masiva migración que desató hacia América, sobre todo la hispana, antes, durante y después.

Hablamos de La península de las casas vacías, libro de David Uclés (Úbeda, 1990) que acaba lanzar Siruela y ha alcanzado un extraño consenso de crítica, al considerarlo la “historia total y definitiva” del conflicto que conmovió y movilizó al mundo especialmente entre 1936 y 1939.

Traductor, escritor, músico y dibujante, Uclés ha publicado las novelas El llanto del león (Premio Complutense de Literatura, 2019) y Emilio y Octubre (2020), y diversas becas le permitieron dedicar los últimos quince años a realizar un exhaustivo viaje de documentación y memoria por la geografía española a fin de recabar nuevo material para la redacción de este libro de 700 páginas.

De ello se sirve para narrar la descomposición de una familia, la deshumanización de un pueblo, la desintegración de un territorio y una península de casas vacías a través de las historias de un soldado que se raja la piel para dejar salir la ceniza acumulada, de un poeta que cose la sombra de una niña tras un bombardeo, y de un maestro que enseña a sus alumnos a hacerse los muertos.

También de un general que duerme junto a la mano cortada de una santa, de un niño ciego que recupera la vista durante un apagón, y de una campesina que pinta de negro todos los árboles de su huerto; de un fotógrafo extranjero que pisa una mina cerca de Brunete y no levanta el pie en cuarenta años, de un gernikarra que conduce hasta el centro de París una camioneta con los restos humeantes de un ataque aéreo, y de un perro herido cuya sangre teñirá la última franja de una bandera abandonada en Badajoz.

Es decir, una narración totalizadora o que pretende serlo con todos los adimentos para alcanzar el objetivo que, en definitiva, ausculta en “esa herida no curada que provocó la Guerra Civil”, como ha señalado el propio autor.

LA PENÍNSULA DE LAS CASAS VACÍAS

Prólogo

Altiplano de Glières, Francia; marzo de 1944

En mitad del cielo, una nube deja de moverse. Se distingue bien de las demás porque flota solitaria. Carece de contorno y es de un tono más pardusco. Se ha detenido sobre el cuerpo de un miliciano andaluz que yace bocarriba en el manto de nieve que cubre el valle. Solo destacan el rosa tibio de la piel del soldado desnudo y el púrpura de sus heridas, en especial el de la cicatriz del hombro, recuerdo de una batalla que no recuerda.

El miliciano no está muerto, duerme con la boca abierta y los pies entre gladiolos. Cuando abre los ojos, la nube despierta también y retoma el movimiento, pero no en dirección nordeste, hacia donde los vientos saboyanos suelen barrer el cielo, sino hacia el suelo. El joven observa que está cada vez más cerca. Se incorpora con la intención de huir, pero no puede caminar. Aprecia despavorido que su propia sombra, proyectada sobre la nieve, no tiene piernas. Antes de echarse las manos a las pantorrillas para comprobarlo, se las lleva a los oídos. Un sonido agudo y familiar lo envuelve. Alza la vista y reinterpreta las señales. No se trata de un nublo, sino de un obús. Se lanza de nuevo al suelo y cierra los ojos. Escucha el fragor de la explosión. No lo ha alcanzado, aunque sabe que las heridas graves no duelen al instante.

Vuelve a abrir los ojos y se reincorpora, feliz de sentir las piernas. Se palpa el resto del cuerpo y se calma al hallarse de una pieza. El paisaje es ahora otro: la noche ha caído y, pese a que no hay luna ni fuego y a que todo debería estar sumido en una untuosa oscuridad, la nieve deja entrever el verde de los abetos, intenso y refulgente, así como el marrón franciscano de los troncos.

Recuperado, decide adentrarse en el bosque. Pisa la linde y, a traición, recibe un disparo en el cuello. La bala le destroza la yugular. El miliciano grita de dolor. Sabe que la herida es mortal. Se lleva los dedos al agujero para intentar taponarlo. Lo que toca no parece sangre, es rugoso y menos adherente. Aprecia que de la herida le sale arena fina. Por mucho que aprieta, la tierra no deja de manar. Nota que se le desinfla el cuerpo, que se le escapa la vida. Y desfallece.

…..

El miliciano andaluz está soñando. Encadena una pesadilla con otra. En los últimos años, sobre todo durante la guerra civil de su país, ha visto tanto dolor y tantas muertes que estas han empezado a aparecérsele mientras duerme. Teme que, si ve morir a más gente, el sueño se le haga perpetuo y nunca despierte. Angustiado, a la mañana siguiente pide a sus compañeros que lo dejen abandonar el frente. Los milicianos se encuentran en los Alpes, luchando contra las tropas fascistas en la Segunda Guerra Mundial. Sus camaradas aceptan facilitarle la retirada.

El miliciano les hace prometer que, si muere en el camino, cumplirán su última voluntad: que el nombre grabado en su tumba sea el de su padre: Odisto Ardolento. Dice que lo mataron en la guerra civil íbera y nadie pudo encontrar su cuerpo. Les explica que así lo honraría. Sus compañeros le dan su palabra, aunque insisten en que no morirá. Pero se equivocan: al día siguiente, tras más de setenta días en los Alpes resistiendo los ataques enemigos, decenas de ellos pierden la vida. Hitler los sorprende desprevenidos. Los nazis llegan rasurados y cubiertos de talco para camuflarse entre la albura de la nieve, que enseguida teñirán de burdeos.

Al atardecer, el crepitar de la batalla da paso al fragor del fuego, roto por los mugidos de una vaca que corre ciega campo a través. Nuestro hombre, ahora sí, yace muerto y sin gladiolos en los pies, llevándose a la tumba el nombre que quiso que grabaran en su lápida.

Aquella noche murió la última persona que podría haber dejado en herencia el apellido de Odisto, el protagonista de esta novela, cuya familia pasó de contar con una cuarentena de miembros en 1936 a desaparecer apenas tres años después. Nunca más nacería un Ardolento.

He aquí pues la historia
de la descomposición total de una familia,
de la deshumanización de un pueblo,
de la desintegración de un territorio
y de una península de casas vacías.

* * *

LA PENÍNSULA DE LAS CASAS VACÍAS de David Uclés
Cortesía Siruela

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