Ficciones obtuvo el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, fundada por Leopoldo Lugones y entonces presidida por Ezequiel Martínez Estrada, correspondiente al año 1944. Gracias a esta colección de cuentos traducida a idiomas como el inglés y el francés, Jorge Luis Borges obtuvo en 1961 el Premio Formentor, junto a Samuel Beckett.
Se trata de su libro más célebre, no solo en la Argentina y en lengua castellana sino a nivel global, habiendo sido traducido a decenas de lenguas y recibido innumerables elogios desde todos los rincones del planeta. Más tarde, fue incluido en la lista de los 100 mejores en lengua española del siglo XX por el periódico El Mundo, y en homónima lista confeccionada por el diario francés Le Monde.

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Los originales manuscritos y luego transcritos a máquina pasaron por las manos de Victoria Ocampo, quien aprobó la publicación a través de Sur previa recomendación de José Bianco, secretario de redacción de la revista.
Según se sabe, el libro debía aparecer en ese 1944 y en los talleres de la imprenta López, ubicada en la calle Perú al 666 de Buenos Aires, trabajaron a destajo para terminar de imprimirlo en diciembre. Sin embargo, el diablo metió la cola en el recorrido entre el autor y la editora, de un lado, y los tipógrafos y operarios de la imprenta, del otro. Allí, en esos talleres con olor a tintas y aceites de máquinas, ocurrió el hecho fortuito o desafortunado, quizá producto de la inusual premura, que en cierta medida cambió la historia de la literatura.
Cuando llegó a sus manos en la redacción de la revista, la decepción de Borges no fue menor: ese libro no era el que él había escrito, cuyo título debía ser El jardín de senderos que se bifurcan. En concreto, se trataba de una nueva edición, corregida y aumentada, del volumen aparecido tres años antes, al que había añadido dos subtítulos, uno de ellos con nuevos relatos, en realidad publicados previamente en medios como Sur y el diario La Nación.
Para Borges, la primera sección era ‘Ficciones’, que contenía los cuentos incluidos en la colección de 1941, y la segunda y nueva se denominaba ‘Artificios’, con los textos “nuevos”.
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Ficciones, título al que por hábito o costumbre hoy consideramos maravilloso, fue todo un incordio para su autor cuando salió de imprenta y lo vio en letras de molde sobre la portada celeste de aquella primera edición. “Es desagradable”, dijo amargamente ante sus colegas de la redacción de Sur, como el propio Bianco, o amigos como Manuel Peyrou, Bioy Casares o Silvina Ocampo.
Al tomar un ejemplar de las cajas de cartón enviadas por la imprenta, su primera impresión fue que ese no era su libro, aunque en la parte superior aparecieran sus nombres y apellido. Sacó otro ejemplar y otro más, pero no hubo caso: estaba ante un grosero error o, tal vez, una broma de muy mal gusto…
No obstante, del contenido no faltaba nada de lo que había mandado a imprenta, más allá de la transfiguración de un subtítulo a título. En la primera sección estaban “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, “El acercamiento a Almotásim”, “Pierre Menard, autor del Quijote”, “Las ruinas circulares”, “La lotería en Babilonia”, “Examen de la obra de Herbert Quain” y “La biblioteca de Babel”. También el benemérito “El jardín de senderos que se bifurcan”, el primero de sus cuentos que sería traducido al inglés para la Ellery Queen’s Mystery Magazine, en 1948.
Y en la segunda: “Funes el memorioso”, “La forma de la espada”, “Tema del traidor y del héroe”, “La muerte y la brújula”, “El milagro secreto” y “Tres versiones de Judas”. En la reedición de 1956 añadirá tres relatos: “El sur”, “La secta del Fénix” y “El fin”.
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La intelectualidad local le dio una calurosa bienvenida: premió el libro con el mayor galardón que otorgaba la SADE y publicaron elogiosas críticas en medios porteños. Pero el público lector se vio casi impedido de acceder a ese volumen de impresión rústica, teniendo en cuenta que apenas se editaron unos 500 ejemplares, solo algunos de los cuales llegaron a librerías de la coqueta Avenida de Mayo.
La repercusión, sin embargo, fue grande: Ficciones, a pesar del disgusto de Borges, se convirtió paulatinamente en una especie de mito literario en el ámbito cultural porteño, como la fundación de Buenos Aires.
Será recién en la década de 1950, con la obra de Borges instalada en Emecé Editores, cuando el libro de título “feo”, surgido de un error de impresores, cobrará cierta notoriedad pública o popular gracias a la gran tirada de la reedición ampliada.