Jorge Luis Borges aseguró que es imposible concebir la literatura moderna de occidente sin Edgar Allan Poe. Vale decir que, sin él, tampoco concebía su propia obra narrativa.
En el siguiente informe, repasamos un poema y dos textos que el argentino dedicó al análisis y la vida del poeta y cuentista nacido en Boston y fallecido en Baltimore, con las claves para entender su obra.
Método de composición
En muchas entrevistas, una de las preguntas habituales que se le formulaban a Borges era por qué no había escrito una novela. Algún crítico ha dicho que no lo hizo porque era ciego. Sin embargo, ese crítico olvida que durante casi tres décadas de vida adulta y consciente, pudo ver, escribir y leer por sí mismo.
El argentino, en realidad, parafraseaba a Edgar Allan Poe para argumentar su negativa a abordar una historia de largo aliento: el ripio que ello implica. Enemigo del ripio, de los párrafos y páginas superfluas para rellenar huecos entre situaciones claves del argumento, solía citar el Método de composición (o Filosofía de la composición) de Poe.
Publicado en 1846, Poe expone allí su algo rígida teoría para escribir poesía, basándose en su propia experiencia con “El cuervo”. “Lo que solemos considerar un poema extenso en realidad no es más que una sucesión de poemas cortos, es decir, de efectos poéticos breves”, afirma Poe en su Método.

Y añade: “En lo que se refiere a las dimensiones hay, evidentemente, un límite positivo para todas las obras literarias: el límite de una sola sesión”.
Poe según Borges
Borges, atento lector de Poe, y de algún modo su versión contemporánea (él también se creía sobre todo un poeta), extrapola esas sentencias para aplicarlas a la narrativa. Una novela, para el escritor argentino, es mayormente ripio: una sucesión de relatos o cuentos unidos entre sí por largas escenas prácticamente inútiles, que nada o casi nada aportan a la trama.
Son escasísimas los autores cuyas novelas Borges sustrae de ese paradigma: el Quijote de Cervantes, obviamente; Conrad, Dickens o Flaubert. U otras historias como La Comedia de Dante o Las mil y una noches, efectivamente sucesiones de relatos breves capaces de sostener la tensión en toda su trayectoria.
Poe poeta
Más allá de la importancia que le confería al Método de composición, Borges sostiene que Poe no era buen poeta, aunque destaca su figura como tal. Dice en un ensayo de 1949: “Harto más firme y duradera que las poesías de Poe es la figura de Poe como poeta, legada a la imaginación de los hombres…”
Y prosigue: “Nuestra imagen de Poe, la de un artífice que premedita y ejecuta su obra con lenta lucidez, al margen del favor popular, procede menos de las piezas de Poe que de la doctrina que enuncia en el ensayo ‘The philosophy of composition’”.
En efecto, le endilga cierta trivialidad y mal gusto en sus poemas, rescatando solo “algún verso memorable”, según textuales palabras del argentino.

Como el propio Borges, que al final de su vida se resignó a ser catalogado como cuentista, Poe se creía poeta, pero fue obligado por las circunstancias a escribir cuentos, básicamente para sobrevivir.
Nos dice el argentino en ese ensayo: “Poe se creía poeta, sólo poeta, pero las circunstancias lo llevaron a escribir cuentos, y esos cuentos a cuya escritura se resignó y que debió encarar como tareas ocasionales son su inmortalidad… Algún verso memorable ⎯dice el argentino⎯ honra y acaso justifica sus páginas; lo demás es mera trivialidad, sensiblería, mal gusto, débiles remedos de Thomas Moore”.
Y hablando de versos memorables, recordemos de paso el soneto titulado “Edgar Allan Poe”, incluido en el que Borges siempre consideró su mejor poemario: El otro, el mismo, de 1964.
EDGAR ALLAN POE
Pompas del mármol, negra anatomía
Que ultrajan los gusanos sepulcrales,
Del triunfo de la muerte los glaciales
Símbolos congregó. No los temía.
Temía la otra sombra, la amorosa,
Las comunes venturas de la gente;
No lo cegó el metal resplandeciente
Ni el mármol sepulcral sino la rosa.
Como del otro lado del espejo
Se entregó solitario a su complejo
Destino de inventor de pesadillas.
Quizá, del otro lado de la muerte,
Siga erigiendo solitario y fuerte
Espléndidas y atroces maravillas.
La neurosis de Poe
Para Borges, lo fundamental en Poe es su narrativa, y lo esencial de ella es la neurosis, que junto a su alcoholismo acabó por destrozar su vida, pero de la que se sirvió involuntariamente para renovar la literatura.
En Introducción a la literatura norteamericana, escrito con Esther Zemborain y publicado en 1967, Borges dice de Poe: “Desde su juventud el alcohol y las neurosis lo destrozaron”.

No obstante, en un ensayo previo, de 1949, aclara: “La neurosis de Poe le habría servido para renovar el cuento fantástico, para multiplicar las formas literarias del horror”. La neurosis, en fin, le sirvió para sacrificar su vida a la obra, el destino mortal al destino póstumo, advierte el argentino.
Y afirma: “Poe indisolublemente pertenece a la historia de las letras occidentales, que no se comprende sin él. También, y esto es más importante y más íntimo, pertenece a lo intemporal y a lo eterno, por algún verso y por muchas páginas incomparables”.
Para Borges, “sin la neurosis, el alcohol, la pobreza, la soledad irreparable, no existiría la obra de Poe. Esto creó un mundo imaginario para eludir un mundo real; el mundo que soñó perdurará, el otro es casi un sueño”.
Por otro lado, en la ya citada Introducción, Borges explica que “los cuentos de Poe se dividen en dos categorías, que alguna vez se mezclan: los de terror y los de raciocinio”.
“En cuanto a los primeros -prosigue-, alguien lo acusó de imitar a ciertos románticos alemanes; Poe respondió: «El horror no es de Alemania, es del alma»”. Y continúa: “Los segundos inauguran un nuevo género, el policial, que ha conquistado el mundo entero y entre cuyos cultores están Dickens, Stevenson y Chesterton”.
Para terminar, reproducimos ese ensayo, titulado “Edgar Allan Poe” y publicado originalmente en la edición del 2 de octubre de 1949 del diario La Nación, recopilado en 2007 en el volumen Textos Recobrados 1931-1955.
EDGAR ALLAN POE
Detrás de Poe (como detrás de Swift, de Carlyle, de Almafuerte) hay una neurosis. Interpretar su obra en función de esa anomalía puede ser abusivo o legítimo. Es abusivo cuando se alega la neurosis para invalidar o negar la obra; es legítimo cuando se busca en la neurosis un medio para entender su génesis. Arthur Schopenhauer ha escrito que no hay circunstancia de nuestra vida que no sea voluntaria; en la neurosis, como en otras desdichas, podemos ver un artificio del individuo para lograr un fin. La neurosis de Poe le habría servido para renovar el cuento fantástico, para multiplicar las formas literarias del horror. También cabría decir que Poe sacrificó la vida a la obra, el destino mortal al destino póstumo.
Nuestro siglo es más desventurado que el XIX; a ese triste privilegio se debe que los infiernos elaborados ulteriormente (por Henry James, por Kafka) sean más complejos y más íntimos que el de Poe. La muerte y la locura fueron los símbolos de que éste se valió para comunicar su horror de la vida; en sus libros tuvo que simular que vivir es hermoso y que lo atroz es la destrucción de la vida, por obra de la muerte y de la locura. Tales símbolos atenúan su sentimiento; para el pobre Poe el mero hecho de existir era atroz. Acusado de imitar la literatura alemana, pudo responder, con verdad: El terror no es de Alemania, es del alma.
Harto más firme y duradera que las poesías de Poe es la figura de Poe como poeta, legada a la imaginación de los hombres. (Lo mismo ocurre con Lord Byron, tal vez con Goethe). Algún verso memorable ⎯“Was it not Fate, that, on this July midnight”⎯ honra y acaso justifica sus páginas; lo demás es mera trivialidad, sensiblería, mal gusto, débiles remedos de Thomas Moore.
Aldous Huxley se ha distraído vertiendo al singular dialecto de Poe alguna estrofa sentenciosa de Milton; el resultado es lamentable, si bien cabría objetar que un párrafo de ‘El escarabajo de oro’ o de ‘Berenice’, traducido a la inextricable prosa del ‘Tetrachordon’, lo sería aún más. Nuestra imagen de Poe, la de un artífice que premedita y ejecuta su obra con lenta lucidez, al margen del favor popular, procede menos de las piezas de Poe que de la doctrina que enuncia en el ensayo ‘The philosophy of composition’. De esa doctrina, no de ‘Dreamland’ o de ‘Israfel’, se derivan Mallarmé y Paul Valéry.
Poe se creía poeta, sólo poeta, pero las circunstancias lo llevaron a escribir cuentos, y esos cuentos a cuya escritura se resignó y que debió encarar como tareas ocasionales son su inmortalidad. En algunos (‘La verdad sobre el caso del Sr. Valdemar’, ‘Un descenso al Maelström’) brilla la invención circunstancial; otros (‘Ligeia’, ‘La máscara de la Muerte Roja’, ‘Eleonora’) prescinden de ella con soberbia y con inexplicable eficacia. De otros (‘Los crímenes en la Rue Morgue’, ‘La carta robada’) procede el caudaloso género policial que hoy fatiga las prensas y que no morirá del todo, porque también lo ilustran Wilkie Collins y Stevenson y Chesterton. Detrás de todos, animándolos, dándoles fantástica vida, están la angustia y el terror de Edgar Allan Poe.
Espejo de las arduas escuelas que ejercen el arte solitario y no quieren ser voz de los muchos, padre de Baudelaire, que engendró a Mallarmé, que engendró a Valéry, Poe indisolublemente pertenece a la historia de las letras occidentales, que no se comprende sin él. También, y esto es más importante y más íntimo, pertenece a lo intemporal y a lo eterno, por algún verso y por muchas páginas incomparables. De éstas yo destacaría las últimas del ‘Relato de Arthur Gordon Pym de Nantucket’, que es una sistemática pesadilla cuyo tema secreto es el color blanco.
Shakespeare ha escrito que son dulces los empleos de la adversidad; sin la neurosis, el alcohol, la pobreza, la soledad irreparable, no existiría la obra de Poe. Esto creó un mundo imaginario para eludir un mundo real; el mundo que soñó perdurará, el otro es casi un sueño.
Inaugurada por Baudelaire, y no desdeñada por Shaw, hay la costumbre pérfida de admirar a Poe contra los Estados Unidos, de juzgar al poeta como un ángel extraviado, para su mal, en ese frío y ávido infierno. La verdad es que Poe hubiera padecido en cualquier país. Nadie, por lo demás, admira a Baudelaire contra Francia o a Coleridge contra Inglaterra.