Borges PERIODISTA para mayorías

A pesar de su ascendencia patricia, con varios antepasados relevantes para la independencia sudamericana y las guerras civiles, Borges nunca fue aristócrata ni burgués en todo el sentido de estas palabras.

Entre los primeros puede ubicarse a familias como los Ocampo, que tuvieron a Silvina y a Victoria como figuras relevantes de la cultura argentina. Y entre los segundos, donde se combinan oligarquía rural y burguesía ascendente, propia de los albores del siglo XX, aparece Adolfo Bioy Casares.

En tanto, la vida legó a Jorge Francisco Isidoro Luis Borges solo una reducida porción de la antigua bonanza familiar; y al mismo tiempo, un inmenso talento e inagotable capacidad de trabajo intelectual.

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Jorge Guillermo Borges Haslam.

Abogado, escritor, traductor y docente, Jorge Guillermo Borges Haslam era el típico padre y sostén de una típica familia pequeñoburguesa de Buenos Aires. Entonces podía vivir más o menos holgadamente de su trabajo y de la herencia familiar, incluida la de su esposa Leonor Acevedo Suárez, relativamente modesta comparada con los estándares de la aristocracia de la época.

Incluso poseía un chalet donde pasar los veranos en Adrogué, que en esa época “era un remoto y tranquilo laberinto de quintas con verjas de hierro y jarrones de mampostería, de plazas y calles que convergían y divergían bajo el omnipresente olor de los eucaliptos”, cuenta Borges.

Sin embargo, no podía la familia residir en el centro porteño, donde los patricios se concentraban; sino en los márgenes, en “el sórdido arrabal norte de la ciudad”, dice el propio autor. Donde “vivía gente de familia bien venida a menos y otra no tan recomendable”, como los “compadritos, famosos por las peleas a cuchillo”, narra en las Autobiographical Notes publicadas en la edición del 19 de septiembre de 1970 de la revista The New Yorker.

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La búsqueda de una cura a los problemas de visión de Jorge Guillermo, llevaron a la familia a Europa, donde pasaron largas temporadas gracias a que, en aquella época, vivir en el viejo continente era mucho más barato que hacerlo en la Argentina. También costear la publicación de los primeros libros del único hijo varón.

Cuando Borges padre falleció, debido a un aneurisma cerebral, el 14 de febrero de 1938, hacía tiempo que había dejado de generar ingresos importantes, impedido de trabajar desde que la enfermedad de sus ojos se agudizara.

La herencia se limitó a algunos ahorros y a las casas en Adrogué y en el barrio porteño de Palermo, desde donde el escritor creó “de oído” su propia mitología del tango y la milonga, de compadritos y cuchilleros. De modo que, ya antes de la muerte del jefe de familia, Borges hijo se vio impelido a generar ingresos para sostenerla.

Pero solo desde 1937, gracias a algunas amistades logró un empleo fijo en la Biblioteca Municipal Miguel Cané y comenzó a aportar más o menos sólidamente a la economía familiar.

Victoria Ocampo destinaba su casi inagotable fortuna a emprendimientos culturales, al mecenazgo y a la filantropía, mientras Bioy Casares disfrutaba de una enorme renta que le permitía dedicarse a tiempo completo al ocio creador.

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Apremiado por las necesidades cotidianas, Borges tuvo que conchabarse en cualquier trabajo asalariado, de acuerdo con sus capacidades. Es en este marco que puede entenderse la variedad de ocupaciones que desempeñó durante la primera mitad de su vida y su carrera, desde bibliotecario hasta conferencista sobre los temas más diversos.

En 1930 publicó Evaristo Carriego, luego de otros ensayos como Inquisiciones (1925), El tamaño de mi esperanza (1926) y El idioma de los argentinos (1928). También los poemarios Fervor de Buenos Aires, su debut editorial, en 1923; Luna de enfrente (en 1925) y Cuaderno San Martín (en 1929).

Durante la década de 1920 también colaboró asiduamente en diarios como La Prensa y publicaciones periódicas como Nosotros, Criterio, Síntesis, Proa, Inicial, Martín Fierro y otras; alguna fundada y dirigida por él mismo. En general, eran poemas o notas y reseñas sobre libros y autores y, de cuando en cuando, sobre filosofía y el cinematógrafo que ya era bastante popular en Buenos Aires.

“Ese período de 1921 a 1930 fue de gran actividad, aunque buena parte de esa actividad fue quizá imprudente y hasta inútil”, relata Borges en la ya citada autobiografía que escribió para The New Yorker. “Escribí y publiqué nada menos que siete libros: cuatro de ensayos y tres de poemas. También fundé tres revistas y escribí con regularidad para una docena de publicaciones periódicas”, añade.

“Esta productividad hoy me asombra tanto como el hecho de que sólo siento una remota afinidad con la obra de aquellos años” que, sin embargo, resultó ser un gran ejercicio para su narrativa posterior. Pero vivir de la poesía o siquiera de la publicación de libros en general era una quimera, para Borges o para cualquier escritor o intelectual argentino de entonces.

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En su gran mayoría, quienes ejercían la literatura vivían, en realidad, de otras actividades ajenas a la cultura: de sus rentas o negocios, del campo o de la industria. Los hijos de la pequeña burguesía y de la clase obrera porteña, más o menos ilustrados, no tenían más alternativa que dedicar sus horas asalariadas, por ejemplo, al periodismo.

De modo que será en la década siguiente cuando realiza sus “primeras experiencias periodísticas” profesionales, como las calificó Borges, escritas “deliberadamente para el olvido”.

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Victoria Ocampo y la revista Sur.

El año de aparición del Evaristo… es clave para Borges, al menos en dos sentidos.

Para empezar, en lo que hace a sus necesidades laborales: fue convocado para la revista Sur, cuyo primer número aparecerá el año siguiente, posibilitándole modestos pero regulares ingresos. Y a través de Victoria Ocampo, su editora y directora, conoció a un adolescente de 17 años para quien los padres pretendían un mentor que guiara sus ínfulas literarias: Adolfito Bioy Casares.

La relación entre ambos es conocidamente fructífera, tanto en lo personal como en lo profesional. Realizaron antologías a pedido y escribieron juntos varios libros exitosos desde la primera colaboración: un opúsculo sobre la exitosa “leche cuajada” de La Martona, en 1935, por encargo del tío Vicente Casares.

Según los especialistas, ya en ese folleto que habla del predecesor del yogurt, se puede apreciar la veta que luego explorarán con Honorio Bustos Domecq y hasta con Benito Suárez Lynch.

También fue muy fructífera la relación de Borges con Sur, que se inició en la primera edición de la revista, publicada en el verano de 1931, con dos textos: “El coronel Ascasubi” y “Séneca en las orillas”. Compartía aquella redacción con personalidades como Oliverio Girondo, Eduardo Mallea, María Rosa Oliver y Guillermo de Torre —esposo de Norah Borges—, entre otros.

Redacción de la revista Sur.

Y la colaboración con Sur continuó durante casi cinco décadas, desde el inicio hasta 1980, con centenares de traducciones, ensayos, poemas, cuentos y reseñas sobre los temas más diversos.

Porque sus artículos tampoco eran ajenos a temas políticos y sociales referidos a la actualidad global, como la Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias. Con la derrota francesa y tras el ingreso de los nazis a París, escribía en una nota de 1940: “Cada mañana la realidad se parece más a una pesadilla…”

No obstante, Borges tuvo dos pasiones casi excluyentes: la literatura, especialmente como lector, y el cine, como espectador; aunque luego también dedicaría horas a la creación de guiones.

Fue básicamente sobre esas dos pasiones que el escritor hizo ejercicio del periodismo o “prosa narrativa”, como él la calificaba, que en la década de 1930 lo convirtieron en una celebridad local.

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Un ejercicio que, como se sabe, no limitó a la revista Sur, de alcance acotado entre la ilustración porteña, sino también en medios de extraordinaria masividad. En 1933, Borges fue convocado por Natalia Botana, director de Crítica, el diario de mayor circulación en la Argentina, para dirigir junto a Ulyses Petit de Murat el suplemento cultural de ese medio.

La Revista Multicolor de los Sábados apareció durante 61 semanas, entre el 12 de agosto de ese año y el 6 de octubre del siguiente. Un medio cultural ambicioso y de gran alcance, que incluyó firmas como las de González Tuñón, Néstor Ibarra, José Antonio Saldías, Enrique Amorim, Norah Lange, Monteiro Lobato, Guillermo Enrique Hudson y muchos otros.

La portada del primer número destacaba por una ilustración a toda página y a todo color del mexicano David Alfaro Siqueiros, titulada “Contra la corriente”. Y en la página 3 una sección bautizada “Historia Universal de la Infamia”, que —como se sabe— tendrá un largo recorrido en el universo borgeano, con el texto titulado “El espantoso redentor Lázarus Morell” encabezándola.

Durante el periodo que duró el suplemento, Borges logró una regularidad de ingresos pecuniarios como nunca antes, aunque siempre fueran “trabajos mal pagos”, como reconoce el autor. Sin embargo, de alguna manera, podía al fin vivir de escribir… Y, sobre todo, experimentar con traducciones, con su propia narrativa y con lo que hoy conocemos como periodismo narrativo dirigido a las masas.

En la ya citada autobiografía de 1970, reconoce que “el verdadero comienzo de mi carrera de cuentista se produjo con la serie de ejercicios titulada Historia universal de la infamia” para La Revista Multicolor. “Esos relatos estaban destinados al consumo popular en las páginas de Crítica, y eran deliberadamente pintorescos”, agrega.

“Supongo que el valor secreto de esas ficciones —además del placer que me dio escribirlas— consiste en el hecho de que son ejercicios narrativos. Ya que los argumentos o las circunstancias generales me habían sido dados, sólo tenía que tramar vívidas variaciones”.

En ese mismo periodo “también escribí textos para noticieros y coordiné una revista seudocientífica llamada Urbe, órgano promocional de un sistema de subterráneos privado de Buenos Aires. Todos habían sido trabajos mal pagos”, asegura.

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Tras su salida de Crítica, en poco tiempo Borges regresó a los medios masivos: desde 1935 y hasta 1958, mientras destacaba en Sur, colaboró asiduamente con la revista El Hogar, dirigida a familias de clase media.

Publicación que tenía como lema “Ilustración semanal argentina para la mujer, la casa y el niño”, donde abordó variados temas que, entre 1936 y 1939, fueron principalmente literarios para la sección “Libros y autores extranjeros”, que estaba a su cargo. En parte, esos textos fueron recopiladas en el libro Borges en El Hogar y luego en Textos cautivos, de 1986.

Tras los mencionados hasta Carriego, el siguiente volumen que Borges dio a conocer fue Discusión, en 1932, quizá su último ejercicio original de periodismo narrativo en forma de libro. Estamos ante un conjunto de textos con los que, desde el título aglutinante, pretende debatir con sus contemporáneos sobre cuestiones intelectuales entonces relevantes y mediáticas.

Como la literatura, las tareas del escritor y la poesía, los libros y las películas, la realidad y la metafísica, buscando discutir con el mundo intelectual de su época a través de la crítica sin censuras.

Lo mismo hizo el resto de su vida, al convertirse en una figura tremendamente popular que no se privó de opinar con relación a todo, desde cuestiones literarias hasta deportivas, y sobre todos. Siempre promoviendo agudos debates políticos, culturales y sociales que por décadas le valieron ser más conocido que leído, incluso hasta ser devorado mediáticamente por su personalidad compleja y contradictoria.

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