Borges: literatura y cine de CIENCIA-FICCIÓN

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La literatura de ciencia-ficción tiene características precisas que la definen como tal y la diferencian de otros géneros, aunque en ocasiones los límites pueden ser difusos.

Se trata de una categoría literaria que narra escenarios y situaciones insólitos de carácter natural (no sobrenaturales), implícitos a los ámbitos de la ciencia y de la tecnología, que impactan individual y socialmente. Pueden transcurrir en el presente, el pasado o el futuro, pero se trata de especulaciones sobre hechos científicos no plasmados en el momento de la escritura de la obra, y por tanto inéditos y sorprendentes.

Hugo Gernsback.

El término fue acuñado en 1926 por el escritor Hugo Gernsback, editor de la revista Amazing Stories, quien dio los rasgos esenciales al género, para diferenciarlo de lo que comúnmente se consideraba literatura fantástica. Pero su origen, teniendo en cuenta esas características, es bastante previo: durante el siglo XIX aparecieron las obras que hoy podemos considerar clásicas del género.

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Mary Shelley publicó Frankenstein en 1818 y Edgar Allan Poe daba a conocer relatos como “La incomparable aventura de un tal Hans Pfaal” ya en 1835. Un poco más tarde llegarían los que hoy son considerados grandes maestros.

Como el prolífico Julio Verne, que en 1865 publicaba De la Tierra a la Luna; hacia 1870 terminaba de editar Veinte mil leguas de viaje submarino, y en 1875 daba a conocer La isla misteriosa.

Y, por supuesto, el genial H.G. Wells, quien reconvertiría al género como un medio narrativo para especular y reflexionar sobre los grandes problemas de la convulsionada época que le tocó vivir. En La máquina del tiempo, de 1895, por ejemplo, aborda la lucha de clases; en La isla del doctor Moreau, de 1896, habla de la responsabilidad ética de la ciencia, y La guerra de los mundos, de 1898, refiere al imperialismo.

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Como puede ser obvio casi para cualquiera, la narrativa de Jorge Luis Borges no se enmarca estrictamente en el género ya descrito someramente. Sin embargo, su literatura abreva en algunos de los tópicos cruciales de la ciencia-ficción, siempre reelaborados para un género que, en general, es considerado como fantástico.

En el libro Borges y la ciencia ficción, de 2017, Carlos Abraham afirma que en la narrativa borgeana “existe un amplio proceso de asimilación y reescritura de textos de ciencia-ficción. Este proceso se verifica en etapas bien diferenciadas, y consta principalmente de la apropiación de estructuras argumentales, descripciones y actantes”, afirma.

Y añade que “la ciencia-ficción ha gravitado de forma visible en las teorizaciones de Borges con respecto a la literatura fantástica”, especialmente en sus textos de 1930 a 1940.

En efecto, el argentino no elude esa apropiación y en algunos de sus cuentos clave, como “El Aleph”, termina confesándola. “En El Zahir y El Aleph creo notar algún influjo del cuento ‘The Crystal Egg’ (1899) de Wells”, dice Borges en el epílogo a la edición de 1949 de la colección El Aleph.

El cuento homónimo, de hecho, es una reescritura el relato de Wells: el huevo pasa a ser una esfera y en lugar de ver Marte y sus marcianos, a través de ella el Borges personaje observa el universo desde todos los ángulos posibles. Así, el Borges autor se apropia del dispositivo de Wells, propio de la ciencia-ficción, y lo reelabora casi someramente para adaptarlo a su propia narrativa, eminentemente fantástica.

Por esta y otras muchas razones, el escritor y ensayista madrileño Andrés Barba no duda en calificar al escritor argentino como “plagiario”. Un plagiario, claro está, a lo Pierre Menard: como nunca se había visto antes y que terminó revolucionando las letras universales.

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El influjo confeso bajo el cual Borges escribió muchas de sus obras, no fue fruto de la casualidad. En su infancia y adolescencia, fue un voraz lector de novelas y cuentos que acabaron por ser determinantes para su obra posterior. Nadie puede culparlo por su fascinación y de habérselas apropiado.

Y allí, en la biblioteca de su padre, estaban esos libros: desde las fantásticas Mil y una noches, pasando por el Quijote, hasta llegar a las historias de ciencia-ficción elucubradas por Poe, Wells y Verne, las aventuras de Kipling, Dumas, Conrad o Wilde.

Para un niño de principios del siglo XX, esas obras debían ser el motor esencial para hacer despegar y desarrollar una imaginación que, en un futuro cercano, no tendría límites. Sin olvidar la Enciclopedia Británica, con su casi infinita cantidad de artículos, de los cuales tal vez habrá obtenido inspiración retrospectiva, consciente o inconscientemente.

Borges lo confirma en su Autobiografía: “Si tuviera que señalar el hecho capital de mi vida, diría la biblioteca de mi padre”, dice allí. Y toda su vida literaria parece haber sido una batalla para salir de esa biblioteca laberíntica, exorcizando los gozosos fantasmas literarios que lo persiguieron hasta sus últimas horas.

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Muchos de los textos de Borges, incluso, pueden considerarse enmarcados en la llamada literatura de anticipación, como también se conoció a la ciencia-ficción. Tenemos, por ejemplo, “Utopía de un hombre que está cansado”, incluido en El libro de arena y en el volumen de 1978 Los universos vislumbrados: antología de ciencia ficción argentina, de Jorge A. Sánchez.

Ricardo Piglia.

O “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, publicado por primera vez en Sur, en 1940, y cuatro años más tarde compilado en Ficciones.

Por otro lado, en sus célebres clases magistrales de 2013, Ricardo Piglia afirmaba que “en Borges la erudición funciona como sintaxis, es decir, la sintaxis es lo que permite articular esa erudición. La erudición de Borges es de diccionario”, decía entonces el autor de Respiración artificial, asegurando que “lo que hacemos en Internet él lo hacía antes”. Para Piglia, “Borges inventó un modo de trabajar con los textos que se relaciona con la forma en que uno busca una palabra en Google y ve cómo aparece una serie”.

Martín Kohan, en tanto, dirá después que “la imaginación de Borges, su figuración de libros incesantes y bibliotecas infinitas, anticipó Internet de manera asombrosa. Me parece incluso que anticipó una versión mejorada, porque la asoció con el azar y con el destino, más que con el divagar y el desperdicio de tiempo que tantas veces nos ocasiona”, completaba.

Los ejemplos de esa totalidad del saber que simula ser internet, con su Wikipedia y redes sociales, ese mundo que no deja de ser virtual e inabordable, son claros en cuentos como “La biblioteca de Babel”. También en el sorprendente Aleph del caserón de la calle Garay, en la Enciclopedia de Tlön y hasta en la prodigiosa pero aterradora memoria de Ireneo Funes.

Umberto Eco y la estadounidense Perla Sassón-Henry, en su libro Borges 2.0: From Text to Virtual Worlds (Borges 2.0: del texto a los mundos virtuales), reafirman ese punto de vista. Al igual que los académicos Stefan Herbrechter e Ivan Callus, en Cy-Borges. Memories of the Posthuman in the Work of Jorge Luis Borges, publicado en los Estados Unidos.

O William Gibson, autor de ciencia-ficción que acuñó el término “ciberspacio”, en la introducción a Labyrinths, antología estadounidense de 1962, que reúne obras en inglés de Borges, con prólogo de André Maurois.

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Borges también inspiró a un género literario que en la segunda mitad del siglo XX comenzaba a declinar en cuanto a popularidad y creatividad, con honrosas excepciones. Algo o mucho de lo borgeano puede vislumbrarse en obras de Philip K. Dick, Ursula K. LeGuin, J.G. Ballard, Stanislaw Lem o Angélica Gorodischer, por mencionar solo algunos cultores de la ciencia-ficción.

Pero, sobre todo, sirvió de influencia decisiva para cineastas y realizadores audiovisuales del género. Desde su guion para Invasión, coescrito con Bioy Casares, donde cruza a la ciencia-ficción con el policial negro y lo fantástico, narrando la historia de hombres que enfrentan la invasión alienígena en una ciudad llamara Aquilea.

Tenemos, por ejemplo, la cinta Alphaville, de 1965, dirigida por Jean Luc Godard, donde una máquina cruel y despiadada refiere al poema “Nueva refutación del tiempo”. O al genial Christopher Nolan, confeso admirador de Borges, quien utilizó los mundos del escritor para levantar los propios, como ocurre en Memento, de 2000; en El Origen, de 2010, y en Interestelar, de 2014.

Además, podemos mencionar Looper, de Rian Johnson, estrenada en 2012, cuyo tema esencial es el del cuento “El otro”. Y hasta Brannon Braga, guionista y productor de Star Trek, afirmó haberse inspirado en textos de Borges para crear algunos de los mejores episodios de la popular saga televisiva.

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