Jorge Luis Borges

El PEOR libro de Borges

Hace un tiempo hicimos un relevamiento en redes sociales para conocer cuál de los tres últimos libros de cuentos de Jorge Luis Borges genera menos interés. De los seis que en total publicó en vida, descartamos en esta ocasión los tres primeros, en general los más celebrados: Historia universal de la infamia (de 1935), Ficciones (de 1944) y El Aleph (de 1949). Teniendo en cuenta, además, que entre el tercero y el siguiente pasaron más de veinte años y, en medio, la ceguera definitiva de Borges, declarada en 1955.

Jorge Luis Borges
Jorge Luis Borges.

La pregunta concreta fue: ¿cuál de las últimas tres colecciones de relatos borgeanos es la que no solés releer o tal vez todavía no leíste porque no despierta tu interés…? Finalmente, entre El informe de Brodie (de 1970), El libro de arena (de 1975) y La memoria de Shakespeare (de 1983), este último fue —entre comillas— el “ganador”, con el 50 por ciento de los votos.

Es decir, el último volumen de cuentos publicado en vida de Borges, es el menos leído y tal vez el “menos interesante” o menos conocido entre quienes dieron su respuesta a la encuesta.

La memoria de Shakespeare

Los textos que integran la colección fueron publicados originalmente hasta tres años antes del fallecimiento de su autor, entre los dos últimos poemarios borgeanos: La cifra (en 1981) y Los conjurados (en 1985). Tiene dos raras características: la colección carece prólogo y epílogo, incisos habituales —ambos o uno u otro— en los libros de Borges y, por otro lado, independientemente recién se publicó hacia 1989, en forma póstuma.

En efecto, los cuentos vieron la luz por primera vez en forma de libro como parte de las Obras completas de Borges, publicadas por Emecé en 1985. Se advierte a pie de página en la edición de las Obras Completas de 1989: “Comprende tres cuentos aparecidos en distintas publicaciones, anteriores a 1983, y un cuento titulado ‘La memoria de Shakespeare’ (1980) no incluido hasta ahora en libro”. En el tercer volumen de las Obras…, editado en 2021, no se data a la colección, y en los Cuentos completos, publicados por Sudamericana en 2023, se la data en 1983.

La colección recopila solo cuatro relatos que previamente habían visto la luz en diferentes medios:

  • “Agosto 25, 1983”, aparecido por primera vez en la edición del diario porteño La Nación del 27 de marzo de 1983.
  • “Tigres azules”, también en La Nación del 19 de febrero de 1978, con el título “El milagro perdido”.
  • “La rosa de Paracelso”, publicado en el volumen ‘Rosa y azul’ de Sedmay Ediciones de Madrid, en 1977, con ilustraciones de Alfredo González.
  • Y “La memoria de Shakespeare”, aparecido en el diario Clarín de Buenos Aires el 15 de mayo de 1980; luego como plaquette de 36 ejemplares con ilustraciones de Mirta Ripoll, editada en 1982 por el sello Dos Amigos, con el número 1 de la Colección Valle de las Leñas.

¿Por qué nadie lee La memoria de Shakespeare?

¿Por qué razón esta colección es considerada la de menor interés entre las publicadas por Borges? Hay algunas respuestas posibles…

Ciego desde 1955, le siguió un periodo donde el autor buscó deliberadamente narrar de forma más directa, libre de todo ripio, como solía llamar al “relleno” innecesario en las historias breves. También renegó del “barroquismo” de sus primeros cuentos, quizá con la excepción de los incluidos en ‘Historia universal de la infamia’, desarrollados primigeniamente para la prensa de masas.

De manera que, de acuerdo al parecer de muchos, son los relatos más llanos y por ende menos borgeanos de cuantos el argentino escribió o dictó. Además, si se compara La memoria de Shakespeare con Ficciones o El Aleph, volúmenes celebérrimos, aquel sale perdiendo. Muchos críticos, de hecho, enjuician su “calidad relativa”.

Concretamente, ninguno de los relatos incluidos en su última colección ha alcanzado el nivel mítico logrado por la mayoría de los incluidos en los primeros libros, que en cierta medida pueden considerarse populares. Por mencionar solo algunos de los vigentes en la memoria colectiva: “La casa de Asterión”, “El Zahir”, “El Aleph”, “El jardín de senderos que se bifurcan”, “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, “Pierre Menard, autor del Quijote”, “Las ruinas circulares” o “La biblioteca de Babel”.

Pero repasemos someramente el contenido del libro en cuestión.

“Agosto 25, 1983”

Un Borges que el día anterior ha cumplido 61 años arriba al hotel de Adrogué, donde tantos veranos ha pasado cuando niño, junto a su familia. Cuando quiere registrarse, ocurre lo que teme: otro Jorge Luis Borges se ha alojado en la pieza 19. Sube corriendo y allí enfrenta a un Borges “más viejo, enflaquecido y muy pálido”. De 84 años.

Uno está en el sueño del otro, o tal vez ambos se sueñan: el anciano sueña que se suicida y el más joven que observa ese momento trágico. Para el primero es su último sueño, para el segundo uno que se extenderá en otros… El Borges de 61 años huye de la habitación, o quizá despierta, mientras detrás suyo el hotel se desvanece…

El cuento, de tono onírico, revela la ambigüedad y la melancolía con que los personajes y su autor perciben el tiempo. Presuntamente, el relato evoca un frustrado intento de suicidio de Borges, en una habitación del mismo hotel al que concurrió con una botella de ginebra y un revólver.

Las Delicias hace referencia, en realidad, al hotel La Delicia —en singular—, que existió y fue demolido en 1956; alojamiento en el que los Borges solían veranear antes de comprar una casa en la misma localidad, frente a la plaza Almirante Brown.

Cuenta María Esther Vázquez en Borges. Esplendor y derrota, que el hecho ocurrió hacia febrero de 1935, cuando el escritor había sido rechazado por la joven Haydée Lange, de quien estaba enamorado. Sin embargo, bebió la mayor parte de la botella de Bols pero no tuvo el valor de matarse.

“Tigres azules”

El tigre borgeano —por llamarlo de alguna manera— merece un informe completo: a esa bestia maravillosa le ha dedicado no solo narrativa sino, sobre todo, buena cantidad de versos. Desde la infancia mantuvo esa fascinación por “el oro de los tigres”, como él mismo recuerda en la conferencia titulada “La ceguera”, que brindó el 3 de agosto de 1977 en el teatro Coliseo.

Todavía puedo descifrar el verde, todavía puedo descifrar el azul y sobre todo hay un color que no me ha sido infiel, que me ha sido siempre leal, que me ha acompañado siempre, y es el color amarillo. Recuerdo que de chico (si mi hermana está aquí lo recordará también) yo me demoraba ante unas jaulas del jardín zoológico, en Palermo, y era precisamente la jaula del tigre y la del leopardo. Yo recuerdo que yo me demoraba ante el oro y el negro del tigre hasta el atardecer; y aún ahora, el amarillo sigue acompañándome. Y he escrito un poema que se titula ‘El oro de los tigres’ en que hablo de esa amistad del amarillo conmigo; como siempre el amarillo estuvo conmigo.

En el protagonista y narrador de este cuento, el profesor Alexander Craigie, Borges proyecta sus propias fantasías con relación a los maravillosos tigres azules, divisados en la zona del delta del Ganges. De entrada, ya nos habla de su niñez, cuando se demoraba ante la jaula del Zoológico para observar ese “símbolo de terrible elegancia” que “desde hace siglos habita la imaginación de los hombres”.

El escocés, entonces, es Borges, proyectado a una de esas fantasías que desde niño le habrá infundido Kipling. Rinde también homenaje a William Alexander Craigie, lexicógrafo y filólogo británico, experto en otras áreas que fascinaban al argentino, como el islandés y sus epopeyas, el escocés antiguo y todo lo vinculado a la épica nórdica.

El profesor Craigie nos cuenta que viaja a cierta, remota e innominada aldea de hindúes situada al pie de un cerro más ancho que alto, donde la maravilla ha sido vista. Se aventura en busca de la bestia maravillosa que ha soñado, que lo obsesiona, pero en la terraza del flanco de la montaña encuentra piedritas con el azul de sus sueños, maleables como el mercurio, con la virtud de multiplicarse, dividirse, sumarse o restarse a sí mismas, lo que espanta a los aldeanos y al propio Craigie. No ha hallado a los tigres azules, sino a una “limosna espantosa” de la que debe deshacerse…

Jorge Luis Borges
Jorge Luis Borges.

“La rosa de Paracelso”

El tercer cuento del volumen refiere al alquimista y médico suizo que en el siglo XVI quemó una rosa, la “inmarcesible rosa” del poema homónimo en Fervor de Buenos Aires, para revivirla de las cenizas.

LA ROSA

La rosa,
la inmarcesible rosa que no canto,
la que es peso y fragancia,
la del negro jardín en la alta noche,
la de cualquier jardín y cualquier tarde,
la rosa que resurge de la tenue
ceniza por el arte de la alquimia,
la rosa de los persas y de Ariosto,
la que siempre está sola,
la que siempre es la rosa de las rosas,
la joven flor platónica,
la ardiente y ciega rosa que no canto,
la rosa inalcanzable.

Paracelso pide a su Dios, “a cualquier Dios”, que le envíe un discípulo y repentinamente arriba a su taller el joven Johannes Grisebach, dispuesto a ser su discípulo de por vida. Pero a cambio le pide que ejecute ante sus ojos el prodigio de quemar y revivir la rosa que ha llevado consigo. Paracelso se niega. Entonces el joven manifiesta su vergüenza por haber “obrado imperdonablemente”, por su falta de fe que el maestro le exige. Entonces, considerándose indigno de ser su discípulo, se retira. Cuando queda solo en su taller del sótano, con una sola palabra dicha en voz baja Paracelso obra el milagro. 

“La memoria de Shakespeare”

“El Aleph”, “El libro de arena”, quizá “Funes…” y “Pierre Menard…”, confluyen en este relato, el último que el argentino escribió, de acuerdo a María Esther Vázquez en su Borges. Esplendor y derrota.

Al cabo de un congreso shakespereano, Hermann Soergel recibe del erudito inglés Daniel Thorpe un don que puede ser precioso: hacer suya la memoria de Shakespeare. Lentamente y especialmente en sueños, el profesor emérito y narrador va adquiriendo los recuerdos del gran dramaturgo. “Shakespeare ha sido mi destino”, afirma. Para luego advertir: “En la primera etapa de la aventura sentí la dicha de ser Shakespeare; en la postrera, la opresión y el terror”, hasta considerar que “estaba en el infierno”.

Plagada de “material deleznable”, en realidad es una carga laberíntica e insoportable que va invadiendo y sepultando su memoria, sustancia de la que, finalmente, está hecha la propia personalidad. Tal vez, Bach pueda mitigar semejante pesadilla…

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