En su Ensayo Autobiográfico, publicado en septiembre de 1970 por The New Yorker, Jorge Luis Borges cuenta que, siendo adolescente y residiendo en Ginebra, con ayuda de un diccionario alemán-inglés leyó una novela recién aparecida: El Golem, de Gustav Meyrink.

Publicada por entregas en la revista Die Weißen Blätter desde diciembre de 1913 hasta agosto de 1914, al año siguiente fue editada como el libro que terminó en las manos del joven argentino.
Se trata de páginas clave para la narrativa y la poesía que Borges desarrolló en lo sucesivo, convirtiéndose en una especie de obsesión que lo acompañó toda la vida y a la cual le dedicó numerosos escritos de ficción, ensayos y conferencias.
“El Golem es una novela fantástica”, escribía Borges en 1938. “Novalis anheló alguna vez ‘narraciones oníricas, narraciones inconsecuentes, regidas por asociación, como sueños’”. Para el autor argentino, “tan fácil es componer narraciones de ésas como imposible es componerlas de modo que no sean ilegibles”.
Sin embargo, “El Golem —increíblemente— es onírico y es lo contrario de ilegible. Es la vertiginosa historia de un sueño. En los primeros capítulos (los mejores) el estilo es admirablemente visual. No sé si El Golem es un libro importante; sé que es un libro único”, concluía.
Y al incluir la novela en su Biblioteca Personal, publicada por Hyspamérica en 1985, dice que “todo en este libro es extraño”; son “fabulosas páginas” donde “la ficción está hecha de sueños que encierran otros sueños”.
El Golem: la novela
Pero no fue solo a él a quien la novela le pareció magistral: la primera edición de 20.000 ejemplares se agotó en semanas y en menos de dos años vendió 150.000, según medios de la época. Traducida a varios idiomas y mientras en Alemania recibía críticas ambiguas, llegándosela a calificar como “propaganda judía”, El Golem era ponderada positivamente a nivel internacional.
En Estados Unidos se la consideró “una obra exigente y extraordinariamente poderosa”, mientras que escritores contemporáneos también resaltaban sus virtudes, como Max Brod.
En esta novela, se representa el misterio del folclore judío “magistralmente, con sus inquietantes y oscuros indicios de asombro y horror que están fuera de nuestro alcance”, asegura H.P. Lovecraft en su ensayo El horror sobrenatural en la literatura, publicado por primera vez en 1927.
Con tal aceptación y popularidad, era cuestión de tiempo y dinero que el texto —o al menos su esencia— pasara del papel al celuloide…
El Golem: la película
El Golem tal como vino al mundo, dirigida por Paul Wegener y Carl Boese y estrenada en 1920 —un lustro después de la publicación del libro—, es una de las mejores producciones del expresionismo alemán y del cine mudo en general. De hecho, fue la primera de una serie de joyas cinematográficas que siguieron al llamado preexpresionismo iniciado en Alemania y Austria tras la Primera Guerra Mundial.
Si ha de haber un podio de obras cumbre de la citada corriente, se ubica a la altura de El gabinete del doctor Caligari, de Robert Wiene (estrenada el mismo año); El doctor Mabuse (1922), de Fritz Lang; Nosferatu: una sinfonía de terror (1922), de Friedrich Wilhelm Murnau, y Metrópolis (1927), también de Lang.
No obstante, existen controversias en cuanto a si la película de Wegener es o no una adaptación del libro de Meyrink, o siquiera si el realizador se inspiró libremente en él. Al no estar acreditado, los especialistas y críticos sostienen que, en realidad, el filme trata de la propia leyenda judía del Golem y puede considerarse independiente de la novela.
De hecho, sus tramas son divergentes. El libro se centra en Athanasius Pernath, quien vive en el antiguo barrio judío de Praga y quiere empezar una nueva vida después de un trauma infantil con pérdida de memoria y se ve envuelto en una historia criminal.
La película en el rabino Loew, también en el barrio judío de Praga pero en el siglo XVI, donde y cuando un gran peligro amenaza a la comunidad judía por lo que decide dar vida al Golem.
Como digresión, vale advertir que, tanto en la obra literaria como en la cinematográfica, hay además algo de Frankenstein de Mary Shelley y hasta de producciones norteamericanas anteriores a la de Wegener. Por ejemplo, el corto homónimo producido por Edison y dirigido por J. Searle Dawley en 1910, que tuvo alcance mundial, o el largometraje Life Without Soul (Vida sin alma), de 1915, dirigido por Joseph W. Smiley.
Pero no fue la de 1920 la primera cinta donde Wegener abordó el mito: en 1914, simultáneamente a que la novela apareciera por entregas en la citada revista, había realizado junto a Henrik Galeen El Golem, mediometraje hoy parcialmente perdido. Y junto a Rochus Gliese, en 1917 había estrenado Der Golem und die Tänzerin.
Al contrario, la crítica suele destacar la película de Wegener como precursora de la adaptación cinematográfica de Frankenstein realizada en 1931 por James Whale y protagonizada por el enorme Boris Karloff.
En cualquier caso, lo cierto es que a Meyrink y a Wegener la inspiración les llegó por el lado de Judah Loew, que vivió entre 1520 y 1609 y fue un destacado talmudista, místico, filósofo y cabalista judío.
Sirvió como rabino en Praga durante la mayor parte de su vida y la leyenda le atribuye la creación del Golem, que salvó a los judíos de esa ciudad de las persecuciones antijudías de la época. Un coloso de barro al que, mediante combinaciones cabalísticas de las letras que configuran el nombre de Dios, cobra vida para ejecutar toda clase de trabajos para el rabino Loew.