En los últimos días, más de cien escritores se reunieron ante una multitud en el Teatro Picadero de la Ciudad de Buenos Aires, para realizar una lectura colectiva de Cometierra, a modo de desagravio al libro de Dolores Reyes. Allí estuvieron autores como Claudia Piñeiro, Guillermo Martínez, Cristina Mucci, Martín Kohan, Liliana Heker, Juan Sasturain, Silvia Hopenhayn, Sergio Olguín, Marcelo Figueras, Gabriela Cabezón Cámara y la propia Reyes, entre muchos otros.

Es que la novela se encuentra en el centro de una insólita polémica… En realidad, bajo ataque desde sectores conservadores y de la ultraderecha argentina, que la tildan de “pornográfica”. Fue la ignota Fundación Natalio Morelli desde donde se inició la controversia, al cuestionar que libros de ficción formaran parte de programas escolares: si los estudiantes “quieren leer ficción, que lean en sus casas”, afirmaba la titular de esa entidad.
Y explotó cuando la vicepresidenta Victoria Villarruel y otros referentes del gobierno libertario de la Argentina se sumaron con declaraciones referidas cierta “inmoralidad” contenida en el libro. “Dejen de sexualizar a nuestros chicos”, escribía la vice de Javier Milei al subir a redes sociales párrafos atribuidos a ‘Cometierra’, acusando a las autoridades educativas bonaerenses de promover “degradación e inmoralidad”.
Miles replicaron sus quejas, la mayoría sin haber leído el libro; es decir, solo motivados por el prejuicio, por la ignorancia. También amenazaron de muerte a la autora a través de las redes, por teléfono y en su propio domicilio…
En un intento liso y llano de censura, se pretende que la novela sea retirada del programa “Identidades Bonaerenses”, colección que reúne obras literarias que se identifican con el territorio y la identidad cultural de la Provincia de Buenos Aires. Obras destinadas a instituciones de educación superior de gestión estatal que dictan las carreras de docencia y bibliotecología, así como a escuelas secundarias y para adultos del ámbito público, bibliotecas populares y municipales.
Concretamente: dirigidas a adultos y adolescentes bajo supervisión… “La colección ofrece un entramado de títulos de diversas autorías, geografías, temáticas y géneros que nos ayuda a reflexionar sobre quiénes somos, cómo llegamos a ser quienes somos y cómo podemos pensar en nuevas posibilidades de ser, entre otras cuestiones que rodean el escurridizo concepto de identidad”, explica el programa.
Se aclara también que no son libros de lectura obligatoria; ni siquiera hay un libro para cada alumno sino un ejemplar por establecimiento educativo, que debe trabajarse en el contexto del aula. El programa define que la novela de Reyes “trabaja la violencia de género, el terror y la ausencia”, y su lectura debe hacerse “a partir del ciclo orientado” y “requiere de acompañamiento docente”.
Obviamente, la primera repercusión ante el ataque fue que Cometierra se agotara en todas las librerías, con ventas incluso por encima de La vegetariana, de la reciente ganadora del Nobel de Literatura, Hang Kang.
Publicada originalmente en 2019 por el sello Sigilo, hasta ahora ha sido traducida a 15 idiomas, como el inglés, y fue seleccionada por The New York Times, The Boston Globe, Cosmopolitan y Wired como uno de los libros del año.
Y por si alguien no lo sabe, Cometierra tiene su continuación, titulada Miseria, editada por Alfaguara en 2023.
De qué va Cometierra

La primera novela de Dolores Reyes cuenta la historia de una joven del conurbano, en los alrededores de la capital argentina, que tiene un don: puede comunicarse con los muertos. Lo hace al tragar tierra, lo que descubrió de chica, cuando lo hizo por primera vez y supo en una visión que su papá había matado a golpes a su mamá.
Cometierra vive en un barrio donde la violencia, el desamparo y la injusticia brotan en cada rincón y donde las principales víctimas son las mujeres… Es allí, en ese contexto, donde la protagonista busca su propio destino.
Estamos ante una novela fantástica con tintes de policial, pero arraigada en una realidad que azota a la sociedad argentina y de buena parte de la empobrecida América Latina.
En Cometierra se abordan temas complejos como los femicidios, la desigualdad, los vínculos familiares y la búsqueda de justicia para las víctimas. Reyes lo hace con una prosa terrible y luminosa al mismo tiempo; lírica, dulce y simultáneamente brutal, como la realidad misma.
Un texto que incluye, para aversión de los conservadores oscurantistas de siempre, un par de escenas de sexo que bastarían para quitarlo de las estanterías de todas las bibliotecas públicas y escolares.
Nos preguntamos: ¿serán esas escenas tan explícitas y aterradoras como las descritas, por ejemplo, en el cuento “La gallina degollada” de Horacio Quiroga…? Autor de un libro como Cuentos de amor de locura y de muerte, que no falta ni puede faltar en ninguna biblioteca pública o privada.
No se trata, sin embargo, de un fenómeno local: la embestida global de la derecha contra la literatura para adolescentes y jóvenes tiene como punta de lanza, paradójicamente, al “país de la libertad”. Estados Unidos es donde más libros son censurados diariamente para distintos sectores de la población: a lo largo del año pasado y según la American Library Association, fueron 4.240 los títulos cancelados y se presentaron 1.247 demandas de censura de libros, materiales y recursos de bibliotecas.
Ello sin contar, por supuesto, los países gobernados por dictaduras militares o regímenes de tipo teocrático, donde las libertades individuales son cercenadas en casi todos sus aspectos y la censura es moneda corriente.
La opinión de Borges sobre la censura
A lo largo de su vida, Borges ha tenido opiniones ambiguas sobre la censura a obras culturales, tanto literarias como de otras disciplinas artísticas. Como cualquier ser humano, ha incurrido en contradicciones al expresarse tanto a favor como en contra; en este último caso, invocando sus principios spencerianos.

Para terminar, reproducimos fragmentos de esas opiniones, recopiladas en el libro Texto recobrados: 1956-1986, publicado por Sudamericana en 2011. Por ejemplo, en el diario La Razón del 8 de octubre de 1960, declaraba:
“Sé que todos se oponen a la idea de una censura sobre las obras literarias; en cuanto a mí, creo que la censura puede justificarse, siempre que se ejerza con probidad y no sirva para encubrir persecuciones de orden personal, racial o político”.
“A diferencia del lenguaje filosófico o matemático, el lenguaje del arte es indirecto: sus instrumentos esenciales y más precisos son la alusión y la metáfora, no la declaración explícita. La censura impulsa a los escritores al manejo de estos procedimientos, que son los sustanciales”.
Mucho después, en el número 273 de la revista Somos, del 11 de diciembre de 1981, justificaba la prohibición de la película La intrusa, dirigida por Carlos Hugo Christensen y basada en uno de sus cuentos:
“Por lo general no soy partidario de la censura, ya que es una interrupción de los derechos individuales por el Estado, cosa que nunca he aceptado ni aceptaré. Sin embargo, en este caso me siento paradójicamente muy agradecido, ya que en la película de Christensen se han hecho sugerencias de homosexualidad, y yo no tengo nada que ver con ese tipo de asuntos”.
“En este caso estoy de parte de la censura porque me beneficia y porque frente a la pornografía considero aceptable la labor del censor”.
Finalmente, preferimos quedarnos con la siguiente, la última expresión que tuvo en vida sobre la censura, aparecida en el diario Clarín en su edición del 14 de abril de 1983:
“La censura depende, según se sabe, de los Estados o de la Iglesia; no hay ninguna razón para suponer que esas instituciones sean invariablemente imparciales. El individuo tiene el derecho de elegir el libro o el espectáculo que le place; no debe delegar esa elección a personas desconocidas y anónimas”.