Reproducimos a continuación la conferencia que Jorge Luis Borges brindó en el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid el 1 de febrero de 1963, donde hace hincapié en los tópicos clásicos de la literatura fantástica.
Uno de ellos es la metamorfosis o la transformación, que atraviesa a la literatura occidental desde sus orígenes en la Grecia antigua. Otro refiere a las profecías, para lo cual no se limita a Occidente, sino que cita a ‘Las mil y una noches’ y fábulas de origen chino; y luego a la invisibilidad, retomada por Wells pero que se remonta a la antigüedad india.
También los objetos mágicos y los juegos con el tiempo, a los que recurrieron autores como Coleridge, el mencionado Wells y Henry James, pasando por la mitología nórdica. Para finalizar con una de sus típicas y retóricas preguntas al público presente…
LA LITERATURA FANTÁSTICA según BORGES
Señoras y señores:
Hablaremos hoy de un tema acaso infinito, pero todos los temas lo son; todos los temas se pierden en el misterio, como decían los alquimistas. El tema de hoy será la literatura fantástica. Y quiero recordar que hace muchos años yo propuse a una editorial mexicana un libro titulado ‘Manual de zoología fantástica’; un libro en el cual se estudiaran no solo las especies imaginadas o inventadas por Dios, sino las especies imaginadas por los hombres.
Yo había leído la ‘Historia natural’ de Plinio, en que se estudian no solo, digamos, el tigre y el elefante, sino también el unicornio, el grifo, el dragón y el ave Fénix. Pero yo tenía la idea de que una vez que me pusiera a indagar las especies fantásticas, estas tendrían que ser muy numerosas, por la simple razón de que las especies fantásticas se crean uniendo elementos comunes; digamos, en el minotauro se conjugan el toro y el hombre, en el centauro el caballo y el hombre, etcétera.
Y luego ocurrió lo que pudimos comprobar ayer, o lo que yo creí comprobar ayer con la metáfora, y es que el jardín zoológico de la fantasía, aunque procede de un arte combinatorio, era más pobre que el jardín zoológico de la realidad. Es decir, aunque nos atuviéramos simplemente a los insectos, hay un número casi infinitamente mayor de insectos que de animales fantásticos.
Y lo mismo creo haberlo comprobado en la literatura fantástica. Es decir, en la literatura fantástica hay algunos temas que se repiten. De igual modo que en todos los países del mundo encontré al dragón, desde luego con intenciones distintas, ya que nuestro dragón es maligno, el de los chinos es benigno, así, al recorrer la literatura fantástica, he comprobado que hay algunos temas que se repiten. Y vamos a ver algunos de ellos y trataré de recordar algunos ejemplos de cada uno, y luego nos preguntaremos a qué se debe esta limitación o pobreza esencial que no excluye, por cierto, una gran riqueza imaginativa.
Cómo comprobamos ayer con la metáfora, metáforas reducibles a un mismo esquema, a una misma ecuación, son sin embargo muy diversas, ya que lo que hacen es expresar ciertas afinidades esenciales y no contactos pintorescos o arbitrarios de las cosas.
Pues bien, un primer tema de la literatura fantástica sería el tema de la metamorfosis, de la transformación. Y Ovidio, en el comienzo de sus poemas de ‘Las metamorfosis’, dice que la mayor metamorfosis fue la primera, es decir, la conversión de la nada en un universo, del caos en un cosmos.
Luego encontramos en todas las literaturas del mundo este tema de la transformación. Y así tenemos la licantropía, la transformación del hombre en un lobo; entre los griegos también se habla de esto en Petronio; bueno, tenemos el asno de oro, también, de Apuleyo, y luego tenemos en la República Argentina se habla del lobisón: lobis-omem, lobo-hombre, como el wearwolf de los ingleses o el werewolf de los alemanes (aquí la primera palabra significa hombre, también; equivale al uir o vir latino). Y aquí podríamos encontrar numerosos ejemplos.
Tendríamos el cuento de Kafka —que ustedes conocen—, que viene a ser, según declaración del autor, una suerte de símbolo de la enfermedad, y luego hay un relato breve de David Garnett que se titula “Lady into fox” (dama convertida en zorro). Podemos recordar brevemente esa fábula: se trata de un señor que vive con su mujer en una región rural y una tarde él vuelve a su casa y se encuentra con su mujer que se ha convertido en zorro, y el autor nos dice que no tuvo ninguna vacilación, que vio la mirada de su mujer en los ojos del zorro. Luego él conversó con su mujer, la mujer naturalmente no podía contestarle, y llegaron a la conclusión de que lo que les había ocurrido era un episodio desagradable, no muy frecuente en las familias del condado, pero que tenían que avenirse a ello. Entonces, al principio él le leía a su mujer poemas, le leía las poesías de sir Walter Scott, luego él le trajo un álbum de fotografías de Italia, los dos vivían así juntos… Pero luego llegó un momento en que él notó que la mujer se distraía de las lecturas y luego una mañana terrible en que hubo una matanza en el gallinero y su mujer estaba empapada en sangre; luego ella con los ojos le pidió perdón, pero al poco tiempo desapareció y él la encontró una en la entrada de una madriguera; ella estaba rodeada de zorritos y él comprobó con horror que ella estaba haciendo vida marital con un zorro y luego, después, los perros la mataron ante sus ojos. Y el autor no ensaya ninguna explicación de este milagro atroz que él escribe con sencillez, como si realmente hubiera ocurrido. Bueno, aquí tendríamos un primer ejemplo de esta fantasía de las transformaciones.
Ahora vamos a buscar otro tema de la literatura fantástica, y ese tema podría ser el tema de la profecía, es decir, del hoy que anuncia el mañana. Y hay un episodio, un episodio que refiere Cicerón, y un episodio que ahora podemos entender o creemos que podemos entenderlo de una manera que Cicerón no pudo sospechar. Está el tratado ‘De adivinación’; es decir, es un caso real que no fue escrito con intención fantástica y que sin duda debe haber ocurrido.
Cicerón nos habla de una dama romana que tenía una sobrina, y esta dama la preocupaba —esto es importante— el casamiento de su sobrina; luego esta dama la lleva a su sobrina a un templo y en ese templo se podían escuchar voces proféticas, salvo que esas voces no estaban a cargo de una sacerdotisa, esas voces podían pronunciarlas cualquier persona.
En la superstición hebrea hay una palabra, bat kol —creo que significa voz divina—, y en estos casos la divinidad puede elegir a cualquiera como intérprete suyo; es decir, según las grandes palabras de la escritura, el espíritu sopla donde quiere. La dama romana y su sobrina llegan al templo; la dama se sienta, la sobrina está de pie, y luego esperan el anuncio durante un largo día de verano. El anuncio no llega, no oyen ninguna palabra significativa. Y al final la sobrina, un poco extrañada, le dice a la tía que está cansada y la tía les dice “te cedo mi lugar”. Y luego siguen esperando en vano. Al cabo de un año la dama muere, la sobrina se casa —como ustedes habrán adivinado— con el viudo. Y entonces sucede que la profecía había sido pronunciada por la misma persona que la buscaba… Y dice Cicerón que los dioses habían puesto esta palabra: “te cedo mi lugar”, en su boca.
Pero nosotros ahora, con igual superstición, creemos en otros dioses que se llaman la subconciencia, por ejemplo, y creemos poder explicar mejor la historia. Nosotros podemos pensar que la tía estaba preocupada precisamente porque sentía, acaso sin saberlo del todo, que a su marido no le desagradaba su sobrina, por eso quería casarla, por eso le preocupaba el casamiento de la sobrina y por eso, acaso, dijo las inconscientes palabras proféticas: “te cedo mi lugar”.
Ahora, hay otra forma de la profecía que está vinculada a los sueños, la idea del sueño profético es una idea antigua y vamos a ver dos ejemplos. Uno se encuentra en el “Libro de las mil y una noches’, que ha traducido al castellano nuestro amigo Rafael Cansinos Assens. Y es la historia de un hombre de Alejandría y ese hombre sueña con una voz que le dice: “vete a la ciudad de Isfahán, en Persia, y ahí encontrarás un tesoro. Entonces, el hombre de Alejandría deja su ciudad, emprende un largo viaje, un viaje que incluye desiertos, leones, peligros naturales y sobrenaturales, y llega rendido al cabo de muchos meses, llega a Isfahán. Luego se echa a dormir en el patio de una mezquita, llegan bandoleros, luego los soldados arrestan a los bandoleros de los viajeros que lo conducen al hombre de Alejandría ante un juez; el juez le pregunta quién es, y él le dice, pensando que también puede recurrirse a la verdad, que él es un hombre de Alejandría, que él ha tenido un sueño, que en ese sueño le han dicho que si él va a Isfahán encontrará un tesoro; pero ya el juez no lo deja proseguir, el juez se ríe y le dice que él ha soñado muchas veces con una voz que le ha dicho que si él va a Egipto él encontrará en Egipto un jardín con reloj de Sol, con una higuera detrás del reloj de Sol y al pie de esa higuera un tesoro. Pero que él nunca hecho caso de esas tonterías. Luego ordena que le den de azotes al egipcio. El egipcio vuelve a su casa, el jardín descrito por el persa en su propio jardín, él cava: efectivamente hay un tesoro al pie de la higuera, cerca del reloj de Sol, en el jardín de su casa. Pero era necesario que él emprendiera el largo viaje a Persia para merecer ese tesoro.
Y ahora vamos a ver otra fábula en la que hay también un sueño profético. Esta fábula es una fábula oriental, es una fábula china; Está en una larga novela budista que, en las versiones occidentales, se llama ‘Mono’ [‘Mono, un viaje hacia el Oeste’], porque se trata de un mono que emprende una larga peregrinación para que le entreguen libros sagrados. Y en la última página de la novela leemos que esos libros sagrados están en blanco porque los hombres son indignos de poseer libros sagrados y se ha creído más prudente no hablarles de un modo más explícito. Pero en el curso de esta novela, que ha sido traducida por Arthur Waley y en la que hay una versión francesa completa, hay este relato: Se trata de un emperador de la China, y este emperador sueña que sale a caminar por su jardín; y en el jardín, el jardín está en sombra, tropieza con algo enorme y blando a la vez, y ese algo está llorando, y luego él comprueba que se trata de un dragón; el dragón le dice que uno de sus ministros, cuyo nombre le da, va a darle muerte a la mañana siguiente y pide protección al emperador. Entonces el emperador jura que protegerá al dragón. La muerte ocurrirá al día siguiente y luego se despierta; cuando se despierta piensa que una palabra pronunciada por el emperador de la China, aún en un sueño, no puede ser una palabra vana: él tiene que salvar al dragón de su sueño y entonces llama a su ministro, le dice que tiene ganas de jugar al ajedrez y lo hace jugar al ajedrez con él desde el crepúsculo de la mañana hasta el crepúsculo de la tarde; todo el día juegan al ajedrez. El ministro, naturalmente, pierde todos los partidos (lo que se espera, ¿no?), pero hay un momento en que está rendido y se queda dormido. Y entonces se oye un estruendo en el patio del palacio, como si algo hubiera caído del cielo; y después llegan dos capitanes, dos capitanes que apenas tienen fuerza para traer una enorme cabeza de dragón ensangrentada que ha caído del cielo. En ese momento se despierta el ministro y dice: “qué raro…. Yo estaba soñando que mataba un dragón igual a éste”. Entonces vemos que todo ha sido inútil y tenemos, además —me parece—, la belleza de que el dragón parece pertenecer a un mundo de sueños, ya que en un sueño ha pedido el socorro del emperador, y luego en otro sueño lo ha matado el ministro y se ha cumplido, además, lo que los hados habían resuelto: la muerte del dragón.

Luego tendríamos otro tema continuo y es el tema de la invisibilidad, el tema del anillo de Giges. Y hay una novela de Wells en que se habla de un hombre invisible y este hombre es simplemente invisible; es decir, lo que él come no es invisible, su ropa no es invisible, un arma llevada por él no lo es tampoco. Entonces este hombre invisible, que al principio cree ser omnipotente, tiene que recorrer desnudo el invierno de Londres y finalmente lo matan los perros de la policía y deja huellas en la nieve. Además, de noche a él le cuesta, en general le cuesta dormir porque los párpados, naturalmente siendo invisibles también, no dan oscuridad a sus ojos, y su antebrazo, cuando él quiere taparse los ojos con él, tampoco le entrega oscuridad.
Y es curioso que esta invención, esta invención del hombre invisible que deja rastros visibles, se encuentra en las leyendas de la India sobre el filósofo Nāgārjuna: él se hace invisible pero también deja en el polvo y en la nieve rastros visibles. De suerte que este pequeño, esta invención circunstancial que parece propia de nuestra época, es también una invención antigua: la idea del hombre invisible que deja rastros visibles.
Bueno, tendríamos otro tema de la literatura fantástica: serían los objetos mágicos. Yo algo he intentado en este sentido: hay un cuento mío en el que hay un objeto en el que está todo el universo. Y hay también el espejo mágico de Merlín, y en ese espejo se reflejan el presente, el pasado y el porvenir; así como en la estatua de Isis se leía aquella inscripción que conmovió tanto a Schopenhauer y que nos comunica Plutarco: “soy todo lo que ha sido, todo lo que es y todo lo que será, y ningún mortal ha descorrido mi velo”. Y también un pequeño toque fantástico, recordado así mismo por Schopenhauer en su ‘Mundo como voluntad y representación’, en que de Diderot ahí se habla de un inmenso castillo y el frontispicio del castillo se dice: “estabas aquí antes de entrar y seguirás aquí cuando te hayas ido”. Esto recuerda la estatua de Isis, naturalmente. Pero me parece mejor todavía por aquello de “estabas aquí antes de entrar y seguirás aquí cuando te hayas ido”; es decir, hay como una idea de amenaza con una poderosa fatalidad en esta inscripción.
Y ahora vayamos a otro tema y veamos su evolución: ese tema, que parece muy típico de nuestro tiempo, es el de los juegos con el tiempo, está relacionado naturalmente con el tema de la profecía que guarda evidente analogía con él.
Bueno, podríamos empezar por unas líneas de Coleridge. Coleridge anotó una vez: si un hombre pasara por el Paraíso y le entregaran una flor como testimonio de que ha estado allí, y si al despertar se encontrara con esa flor, entonces qué… Aquí cesa el texto de Coleridge.
Ahora, no es imposible que Wells conociera ese texto, porque Wells escribió a fines del siglo pasado ‘La máquina del tiempo’, y ahí Wells, de acuerdo con el cientificismo de su época, recurre no a un talismán sino a una máquina, una máquina hecha para viajar por el tiempo, y el protagonista de ‘La máquina del tiempo’ viaja a un remoto porvenir y trae del porvenir una flor, una flor que le da una mujer y que es en sus manos, cuando él vuelve, una flor marchita. Estamos, pues, ante este prodigio de la ruina de una flor que no ha florecido aún, de una flor futura.
Ahora, Wells era muy amigo de Henry James, y a Henry James le gustó esta idea del viaje por el tiempo y entonces escribió una novela que dejó inconclusa y que se llama ‘El sentido del pasado’. Pero James descartó la idea de una máquina, y creo que James hizo bien, creo que es mejor la idea de un talismán. Porque si un autor nos habla de una máquina, parece que esta inversión no puede satisfacernos porque esa máquina mágica hubiera tenido que ser inventada también por el autor. En cambio, hablar de un talismán, es decir, bueno, vamos a usar un artificio mágico, una convención mágica que todos los hombres aceptan. Pero Henry James ni siquiera necesitó un talismán; Henry James escribió un viaje al pasado que se realiza de modo puramente psicológico. Es decir, hay como una necesidad mental en el texto de James.
El cuento vendría a ser este: se trata de un muchacho norteamericano que llega a la casa de sus antepasados en Inglaterra y en esa casa hay una tela del siglo 18 que casi lo representa a él y que ha quedado inconclusa. Entonces, este muchacho piensa que él está perdido en el siglo 19, él tiene que volver al siglo 18 y habla con sus amigos de estas cosas y se rodea de textos del siglo 18; se aparta de su novia, vive solo en esa casa y una tarde, sin demasiado asombro, comprueba que la habitación contigua está llena de luz, se ve, se toca a sí mismo, ve que estaba vestido de otra manera, entra en la sala contigua y efectivamente la fuerza de sugestión, de lectura y de piedad, ha logrado volver al siglo 18. Resulta que él es un pariente de quienes están ahí, y al principio se siente muy feliz en el siglo 18; luego conoce a un pintor y este pintor le dice que hará su retrato. El protagonista le dice que ese retrato quedará inconcluso; el pintor le dice que no, que lo llevará a buen término, pero luego tiene que renunciar a su empresa. Tiene que renunciar porque hay algo en la cara del muchacho que él no comprende; efectivamente, el muchacho pertenece a fines del siglo 19 o principios del siglo 20 y hay algo en esa cara que no puede representar un hombre de 1750, digamos.
El muchacho conoce a una muchacha, se enamoran los dos, él piensa que puede casarse con ella, pero luego comprueba que de igual modo que él estaba perdido en su tiempo porque había una parte suya que pertenecía al pasado, de igual modo —digo—, él está perdido en el pasado porque hay una parte suya que es actual. Y entonces él se separa de su novia, le dice que no volverán a verse, vuelve al escritorio y al poco rato se encuentra solo, ahí está el cuadro que el pintor del siglo 18 no ha podido concluir. Comprobamos, además, que estamos ante una suerte de símbolo. Quizá ante una suerte de símbolo del propio Henry James.
Bueno, a los temas que he visto no sé si pueden agregarse muchos otros; posiblemente no. Tendríamos, desde luego, la de aquellos objetos que son todopoderosos y que, sin embargo, son esclavos de un hombre. Por ejemplo, la lámpara o el anillo del ‘Libro de las mil y una noches’, que confiere la invisibilidad.
[…] la leyenda del norte, y esta leyenda vendría a ser más o menos esta: hay un rey de Noruega, Olaf Tryggvason, que se ha convertido a la nueva fe, a la fe de Cristo, y a su casa llega un viejo pordiosero que tiene el sombrero inclinado sobre los ojos y que está envuelto en una capa. Este pordiosero llega a caballo y luego se sienta, junto con la gente de la casa, y le ofrecen, según era la usanza germánica, el arpa; entonces él canta viejas canciones sobre los dioses, la gente se ríe un poco de él, encuentran que su lenguaje es un lenguaje anticuado, que habla sobre temas que ya no pueden interesar: habla de Odín y de Thor, y luego este hombre les dice que cuando nació Odín llegaron tres mujeres, pueden ser las tres parcas, las que luego se encontrarán con Macbeth en el Páramo, y dos de ellas habían sido invitadas y otra no, y entonces esta última trajo como regalo un candelero con una vela y dijo que la vida del niño, de Odín, duraría lo que durara esa vela, y luego desapareció. Entonces los padres apagaron la vela para que Odín, el Dios, no muriera. La gente se ríe de este cuento y el pordiosero saca de entre sus harapos una vela; les dice que es cierto, que ahí está la vela, y enciende la vela y todos se quedan mirando la vela y luego advierten que el hombre ha desaparecido, entonces salen a buscarlo afuera y afuera está el dios Odín, que ha muerto con la vida de la vela. Es decir, había como una suerte de paralelismo entre las dos vidas.
Yo he leído muchos cuentos fantásticos, he ensayado el género y siempre he tenido que volver a las mismas invenciones. He querido encontrar alguna variante: la del hombre que sueña otro y que luego he soñado, pero todo esto nos recuerda la vida es sueño, esto nos recuerda tantas otras cosas…
Y ahora yo querría entrar en el problema de la literatura fantástica; en el problema que está relacionado con las limitaciones, con la repetición de temas. Ya hemos visto que Kafka dijo que su relato, ‘Die Verwandlung’ (‘La transformación’, ‘La metamorfosis’), era un símbolo de la enfermedad. En cuanto a la novela de Wells que hemos visto, ‘El hombre invisible’, sabemos por declaración del mismo Wells que él escribió esta novela, la de un hombre invisible que vive en un mundo de hombres visibles y hostiles que lo persiguen y que acaban de matarlo, nos dice Wells que él escribió esta novela precisamente cuando se sentía muy solo, y nos dice que otra admirable invención suya, ‘La isla del doctor Moreau’, la isla de hombres que son realmente animales y perfectamente convertidos en hombres, corresponde a una época suya de soledad, a una época en la que él pudo sentir que eso es el universo, no un mundo humano, amistoso, sino un mundo de lobos que quieren hacer creer que son hombres.
Es decir, la literatura fantástica sería simplemente una serie de símbolos de lo que nosotros sentimos. Entonces, podríamos pensar que toda la literatura, de algún modo, es fantástica. Por ejemplo, los sistemas filosóficos vendrían a ser cuentos fantásticos.
Vamos a detenernos en uno solo de ellos, que es más terrible y más asombroso que cualquiera de los relatos fantásticos que yo he bosquejado hoy.
Pensemos en el solipsismo. Según el solipsismo hay una sola persona en el mundo; esa persona es cada uno de nosotros. Todo lo que nosotros creemos vivir desde la hora del nacimiento hasta la hora de la agonía, es un sueño nuestro. Y esta imaginación que parece terrible, ha sido perfeccionada por el matemático y filósofo Bertrand Russell. Dice Russell: vamos a suponer que en el momento en el cual yo golpeo esta mesa, yo empiezo a existir. En este momento yo —yo es, naturalmente, cada uno de ustedes—, pero sólo cada uno de ustedes empieza a soñar en este momento y empieza a soñar toda su vida pasada, que no ha existido, y también sueña en ella toda la historia universal; digamos, las guerras púnicas, el descubrimiento de América, las dos guerras que han abrumado este siglo; todo eso es parte de su sueño. El universo no existe, la historia universal no existe… Esto he empezado yo a soñarlo.
Pero, ya que ese golpe mío sobre la mesa también pertenece al pasado, es posible que el sueño no haya empezado, entonces. El sueño empieza en un momento en que yo toco este vaso de agua; el golpe dado sobre la mesa ya pertenece al pasado, en el mismo orden que las guerras púnicas o que mi nacimiento, o que la dictadura que padeció en mi país… Bueno, no sabemos nada.
Y entonces llegaríamos a otro planteo: no habría literatura fantástica ni literatura realista; habría una sola literatura. Y esto podemos comprobarlo, por ejemplo, digamos, en las en las novelas que se llaman novelas realistas entre los chinos; una novela, por ejemplo, como ‘El sueño del aposento rojo’ [‘Sueño en el pabellón rojo’]. Esa novela es una novela que incluye 200 o 300 personajes, es una especie de saga; es decir, se toma un personaje, primero se habla de los abuelos, luego de los padres, hay una gran precisión genealógica y topográfica en la novela. Y luego, ya que esa novela real abarca también lo fantástico, porque lo fantástico es parte de lo real. En esas novelas chinas, como en las sagas escandinavas, hay espectros, porque los espectros son también ciudadanos, son también habitantes de la realidad.
Y todo esto, más allá de las fábulas que he referido hoy, nos llevaría a un problema, acaso el único problema; el problema que tratan de resolver no los modestos escritores fantásticos, sino los filósofos y los teólogos. Y este problema podría resumirse así: nuestra vida, tu vida, mi vida, ¿a qué género pertenecen? ¿Pertenecen a la literatura real o a la literatura fantástica…?