EL ETERNAUTA ya disponible en Netflix: lo bueno, lo malo y lo por venir

Es noche de verano en la zona norte del Gran Buenos Aires, donde en casa de Juan Salvo él y sus amigos juegan al truco; de pronto, tras un corte de energía eléctrica, se dan cuenta de que una misteriosa nevada ha comenzado a caer sobre el barrio, la ciudad, quizás el mundo entero.

En principio, están protegidos en la vivienda prácticamente encapsulada. Pero todo se complica todavía más cuando, al salir para investigar qué es lo que está ocurriendo, descubren que la nieve mortal es tan sólo la primera etapa de un ataque masivo contra la Tierra, al que sigue un ejército de criaturas de otro planeta para invadir el nuestro a fin de dominarlo, lo cual requiere el exterminio de la humanidad.

Para muchos (como ya lo han advertido a través de diferentes medios) puede parecer un planteo excesivamente abordado, desgastado por el uso y por el tiempo, desde La guerra de los mundos de H.G. Wells a esta parte, tanto por la literatura, el cine e incluso la historieta o el cómic, como es el caso que nos toca.

Viñetas de la primera edición de El eternauta.

Sin embargo, la diferencia entre la historia escrita entre 1957 y 1959 por Héctor G. Oesterheld (ilustrada magistralmente por Francisco Solano López) y cómo este tipo de relatos se han cristalizado en la conciencia del lector o espectador medio, es profunda, radical.

No estamos ante una narración de superhéroes, ni siquiera sobre un antihéroe que se sobrepone a sus propias limitaciones para afrontar eventos extraordinarios de modo extraordinario. La de El eternauta es una historia de resistencia y lucha, pero de resistencia y lucha colectivas: el nosotros contra los ellos.

Así, al menos, la postularon sus creadores o, mejor dicho, Oesterheld en particular. Es en este punto estratégico donde radica toda la originalidad de la historieta y debería asentarse la de la miniserie recién estrenada; como Netflix la presenta, de hecho: “La única manera de mantenerse vivos será resistir y luchar juntos. Nadie se salva solo…” Algo relevante en tiempos donde la solidaridad y la empatía parecen haber pasado de moda para dar paso a un supino egoísmo y hasta a la crueldad más desenfrenada.

Sin embargo, y a cuenta del primer episodio —de un total de seis para la primera temporada (hay prevista una segunda)— estrenado este 30 de abril, se desprende que la motivación de los personajes principales para salir de la protección de la casa responde más a cuestiones personales, individuales, que a la curiosidad del grupo para explorar el mundo nuevo y aterrador que se cierne sobre ellos, como ocurre en la historieta: Salvo no tiene a su hija consigo y ello lo fuerza a emprender la búsqueda desesperada, como un Liam Neeson argento.

Ricardo Darín como Juan Salvo (Foto: Marcos Ludevid / Netflix)

“Mi acercamiento a la adaptación será la de serle fiel a ese niño lector que se asomó a la historia por primera vez; tratar de reconstruir la emoción genuina de vivir una aventura en la esquina de tu barrio y la construcción de ese gran héroe argentino que es Juan Salvo”, dijo el director y guionista Bruno Stagnaro cuando se hallaba en plena realización de una obra que, sin duda, debe aggiornar o actualizar la original para mejorarla en sí misma (como producto autónomo), sin abandonar su espíritu.

Más allá de los presentes y futuros guiños —por así calificarlos— al mainstream cinematográfico, propios y obvios para una superproducción de estas características, destinada al público no especializado y global (que en la mayoría de los casos no conoce el original ni a sus autores), es muy probable también que, con el transcurrir de los episodios, el espíritu del cómic y su consigna emerjan de la narración y el producto terminado sea una obra audiovisual original más o menos fiel a la creada en papel por Oesterheld.

Al menos así lo esperamos los argentinos.

1 comentario

  1. Hola, ví la temporada de la serie me pareció muy interesante y lograda, sobre todo en la reconstrucción de época y lo q tiene q ver con escenografía, etc. Buena actuación.

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