
Este sábado 24 de agosto celebramos el 125 aniversario del nacimiento en Buenos Aires de Jorge Luis Borges, recordando una de sus virtudes más extraordinarias. Nos referimos a su prodigiosa memoria, que no solo supo poner de manifiesto a través de citas aleatorias o hechos recordados con precisión milimétrica.
En este último sentido, vale recuperar el libro Borges, el memorioso, que reproduce las largas entrevistas radiales que Antonio Carrizo tuviera con el escritor entre julio y agosto de 1979, a propósito de sus 80 años.
Ciego desde 1955, ese año es designado director de la Biblioteca Nacional, lo que él mismo califica como maestría y magnífica ironía de Dios, en uno de sus poemas más celebrados.
POEMA DE LOS DONES
Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.
De esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños
los insensatos párrafos que ceden
las albas a su afán. En vano el día
les prodiga sus libros infinitos,
arduos como los arduos manuscritos
que perecieron en Alejandría.
De hambre y de sed (narra una historia griega)
muere un rey entre fuentes y jardines;
yo fatigo sin rumbo los confines
de esta alta y honda biblioteca ciega.
Enciclopedias, atlas, el Oriente
y el Occidente, siglos, dinastías,
símbolos, cosmos y cosmogonías
brindan los muros, pero inútilmente.
Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca.
Algo, que ciertamente no se nombra
con la palabra azar, rige estas cosas;
otro ya recibió en otras borrosas
tardes los muchos libros y la sombra.
Al errar por las lentas galerías
suelo sentir con vago horror sagrado
que soy el otro, el muerto, que habrá dado
los mismos pasos en los mismos días.
¿Cuál de los dos escribe este poema
de un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
si es indiviso y uno el anatema?
Groussac o Borges, miro este querido
mundo que se deforma y que se apaga
en una pálida ceniza vaga
que se parece al sueño y al olvido.
Ceguera nada repentina sino progresiva, heredada de su padre, al igual que los libros y la literatura. Un “lento crepúsculo”, como la definió Borges en aquella conferencia de 1977 —cuyo enlace te dejo en la descripción. Crepúsculo paulatino pero inexorable que obliga al poeta a entrenar tempranamente su memoria, a forzarla hasta límites que él mismo no había sospechado.

Se dice que, a sabiendas de que tarde o temprano lo alcanzaría, en dos décadas memorizó varios de los libros que eran sus preferidos entre tantos, lo que fue un ejercicio esencial para desarrollar posteriormente su propia obra.
“¿Cómo anda su memoria?”, le pregunta el joven Borges a su doble de más de 70 años del cuento “El otro”, publicado en el volumen El libro de arena, de 1975. “Suele parecerse al olvido, pero todavía encuentra lo que le encargan”, responde el escritor septuagenario, destacando esa tensión entre dobles que tanto gustaba al autor argentino.
No es esta la primera vez que Borges recurre a ese argumento; mucho menos la última. En el relato “25 de Agosto, 1983”, aparecido en La memoria de Shakespeare, se imagina con 61 años cumplidos el día anterior, ahora en la habitación 19 del hotel Las Delicias. Allí enfrenta a un Borges de 84, que ese día tiene su “último sueño” en esa pieza del hotel de Adrogué —lugar tan caro al autor—, donde se suicida como lo hiciera su admirado Lugones.
Borges no solo encuentra en su vejez lo que le encargan, sino que hasta el final de sus días hace gala de una memoria prodigiosa, aun cuando memoriza de oído. Lo demuestra a través de las muchas conferencias que dictó, iniciadas en 1946 en el Colegio Libre de Estudios Superiores, donde habló largamente sobre Nathaniel Hawthorne.
“Estaba aterrado”, recuerda Roy Bartholomew que le dijo Borges sobre aquella conferencia recopilada en el libro Otras inquisiciones, publicado en 1952. “Fue la primera vez que lo vi —añade quien fuera su amanuense durante muchos años—. Habló lentamente, con muchas vacilaciones, en voz baja; todo el tiempo mantuvo las manos unidas en actitud de orante”.
Y ya no se detuvo: Swedenborg, Blake, los místicos persas y chinos, el budismo, la poesía gauchesca, la Cábala, Las mil y una noches, T.E. Lawrence y Joyce, son temas y personajes sobre los cuales se explayó en diferentes ámbitos y épocas.

También sobre la poesía alemana medieval, las sagas de Islandia, Leopoldo Lugones, Heine, el tango, Dante, el expresionismo, Cervantes y su propia ceguera… De memoria durante sus últimos 30 años de vida, destacando las que en 1977 dictó en el teatro Coliseo de Buenos Aires, para el ciclo Siete Noches.
Pensar el sujeto y predicado de una oración o el párrafo para un cuento, elucubrar un verso o el poema completo y recordarlo quizá al día siguiente para dictarlo al amanuense de turno… Diez poemarios, tres colecciones de cuentos y una de ensayos, entre otros muchos textos publicados por diferentes medios, forman parte de la obra que completa mientras percibe difusamente algo del verde y el azul y mucho del amarillo.
Todo ello también revela la ya legendaria memoria borgeana, que ubica al argentino en el planetario de celebridades literarias como Milton y Joyce.
El cuento “Funes el memorioso”, publicado por primera vez en el diario La Nación del 7 de junio de 1942 y luego recopilado en Ficciones, en muchas maneras habla de Borges. Según afirma el propio autor en el prólogo a ese volumen de 1944, el relato “es una larga metáfora del insomnio” que, de hecho, él mismo padeció durante buena parte de su vida.
Insomnio y ceguera que, combinadas, le dieron una enorme capacidad de abstracción, pero al mismo tiempo para memorizar detalles que le permitirían seguir siendo prolífico autor y conferencista. La de Irineo Funes, finalmente, no es más que una especie de terrible ceguera, de insomnio imposible…
En entrevista con Roberto Alifano, reproducida en Conversaciones con Borges, de 1984, al referirse a “Funes el memorioso” Borges revela a su entrevistador “un hecho que tal vez pueda interesar a los psicólogos”.
“Usted sabe que una vez escrito ese cuento, una vez descripta esa horrible perfección de la memoria, que acababa matando a su hombre, el insomnio que tanto me angustiaba desapareció”.
Y le comenta Alifano: “Hay mucha gente que sostiene que ese cuento es autobiográfico, como una especie de hipérbole de un estado mental suyo”, a lo que Borges responde: “Cierto, sólo que en lugar de decir Borges, dije Funes”.